Penitencia
No parece del todo claro por qué el Partido Popular sigue cayendo en intención de voto después del cambio de liderazgo, a menos que se suponga que podía estar siendo mucho peor. Hay un motivo de orden general, como es el descrédito sufrido por los partidos que han sostenido los sistemas democráticos y liberales en los países desarrollados. Allí donde no han desaparecido (Francia o Italia), siguen en declive (Alemania) o se han convertido en algo indescifrable (Estados Unidos, Gran Bretaña). No es de extrañar por tanto que esté sucediendo otro tanto en España, que siempre, incluso bajo la dictadura, ha seguido las mismas tendencias que el resto de los países occidentales.
Ahora bien, esa crisis general, que tal vez es una crisis de la democracia liberal misma, se manifiesta de forma distinta. Depende de cuáles sean los puntos más débiles de cada sistema. Aquí pareció ser la cuestión económica, pero la que de verdad ha resultado el centro de la crisis ha sido la cuestión nacional, para la que la puesta en marcha del Estado de las Autonomías no fue nunca una solución (como tampoco lo era el ingreso en la UE), sino un aplazamiento, una forma de diferir el momento de enfrentarse a los fantasmas propios.
En estos cuarenta años ha sido imposible hablar del asunto. Ahora, cuando ha estallado, es imposible solucionarlo. La representación política se ha fragmentado y las posiciones, como era de esperar, se han radicalizado –salvo un partido, Ciudadanos, que de una forma u otra, aunque no siempre con claridad, se había enfrentado al asunto.
Mientras no se cree una nueva mayoría, no habrá forma de abordarlo. Para ello hace falta una nueva actitud y nuevos argumentos. Lo que no está claro es que sea necesario compensar las actitudes y los argumentos previos con una nueva dureza de tono y de fondo. Se trata de hacer posible un cambio, no de compensar, es decir confesar en público, los errores -o los pecados- cometidos.
La Razón, 18-12-18