La dignidad de la Corona
La actitud del Rey el 3 de octubre movilizó a la opinión pública y forzó a las elites políticas a dar el paso que nunca, desde el principio de la democracia, habían dado, que es unirse en favor de aquello mismo que el Rey había defendido -la nación y la Constitución- en contra del nacionalismo. Fue un paso arriesgado y expuesto. El Rey lo asumió solo, sin los partidos, algo que estos nunca le deberían haber dejado hacer en solitario. Lo hizo de forma ejemplar y en cumplimiento de su deber. Así se comprendió. Prueba de ello es que su autoridad se ha consolidado desde entonces.
El gesto de Felipe VI, tan valiente, tan digno, no tuvo la continuidad que merecía. Abría de hecho un momento de refundación: no en cuanto a la Constitución ni en cuanto al régimen sino en algo aparentemente más sencillo, como son los usos. El Rey había puesto a los partidos ante su responsabilidad política de fondo, la de verdad, la que debería dar sentido a su misma existencia, pero estos respondieron con las reticencias y los resabios de siempre. La opinión, sin embargo, ha cambiado. Evidentemente, el Rey no puede volver a intervenir y no ha intervenido, por mucho que ninguno de los gobiernos se haya esforzado demasiado, desde entonces, en devolver a la Corona la dignidad que le corresponde en la escena pública, la nacional y la internacional. Claro que otra de las grandes virtudes de Felipe VI es la paciencia…
La Razón, 20-06-19