La España de Vox
Habrá quien piense que el éxito del nuevo Vistalegre de Vox resulta equívoco, como lo resultó en las elecciones de abril. Y efectivamente, el éxito electoral no se mide por asistentes a los mítines, ni por la repercusión en las redes sociales. Un partido sólido y sin medios de comunicaciones tradicionales, en particular audiovisuales, difícilmente conseguirá una victoria electoral. (Habría que ver si la obsesión con las redes sociales no es una forma segura de destrucción de una organización política).
Dicho esto, es muy probable que se equivoquen –como apuntaba ayer La Razón– aquellos que deducen que Vox es una fuerza amortizada. El motivo reside en que Vox se ha consolidado como una fuerza original, que representa y encarna a una parte no irrelevante de la sociedad española.
En cuanto a la naturaleza de la propuesta. Vox ha dado una sorpresa al decantarse más como un partido conservador, con fuertes elementos ideológicos, que como una fuerza populista. A pesar de cierta retórica y algún tema como la inmigración, Vox se centra en la defensa de una sociedad ordenada según parámetros estables, conocidos, que han hecho de nuestra sociedad lo que ha sido hasta ahora, o hasta hace poco tiempo. No hay nada de revolucionario ni de rupturista en esto, como lo habría si Vox fuese de verdad populista. Vox se adapta a una realidad española que hace muy difícil el éxito del populismo. Algún día habrá que estudiar a fondo esta particularidad de nuestro país.
Y además de ser una fuerza conservadora (y continuista en el programa económico, netamente liberal) como hasta ahora no había existido, Vox ha venido a representar a una parte de la sociedad española olvidada por todos los partidos. Nadie, en política, se ha dirigido nunca estos españoles ni, a partir de ahí, ha intentado ofrecer una alternativa a lo que en Vox se llama “consenso progre” y que consiste en el triunfo de una visión progresista de nuestro país, de su historia, de su presente y de su identidad. La conciencia de la ruptura, porque aquí sí que la hay, se manifiesta además en el terreno estético. En este punto Vox sí que bordea el populismo y rompe con todo aquello que la distinción, la distinción del gusto y la distinción de clase, han impuesto como el criterio último de lo que es aceptable. Apuesta arriesgada, pero –bien gestionada- con futuro.
La Razón, 08-10-19