La Francia de Macron
Según ha publicado la revista francesa Le Point, Bernard Tapie el gran empresario –y en algún momento, político de inclinaciones radical-populistas- le dijo a Macron poco antes del confinamiento que “su problema no era la impopularidad, sino que la gente quería matarlo”. Cierto que también ha hablado de un Macron más humano. En cualquier caso, los resultados finales de las municipales, las primeras elecciones celebradas en la Unión Europea después de la pandemia, dan a entender que una mayoría de los franceses quieren a Macron, si no muerto –claro está-, sí fuera del poder.
Tal vez sea temerario sacar demasiadas lecciones de una elección tan atípica y accidentada, pero los resultados no dejan de ser interesantes. Uno es que los populistas del Rassemblement National, el antiguo Frente Nacional, no sacan la ventaja que tal vez esperaban de la catástrofe. Se estancan a la baja, aunque consiguen una victoria importante en Perpiñán, con repercusiones españolas al estar destinada la ciudad del sur a convertirse en la capital de la Catalunya Nord, según nuestros separatistas, siempre considerablemente delirantes.
Los Republicanos, el partido que recoge el antiguo centro derecha, se consolida con alguna victoria sonada como la mayoría absoluta de Édouard Philippe en su ciudad, Le Havre. Es aún más relevante por el relevo posterior de Philippe como Primer Ministro. Philippe parece ahora mismo un hombre feliz, y se lo merece por su actitud ante la crisis… y por haber aguantado a Macron. Los socialistas no levantan cabeza, aunque resisten bien en París. Como en muchas capitales europeas –excepto Madrid-, triunfan los candidatos del hipsterismo progresista, con matices cada vez más verdes en vez de rosas… o morados. Se descubre en esto una tensión, no sólo francesa, entre las grandes ciudades y el resto del país.
El éxito de los ecologistas ha sido interpretado como el principio de una oleada verde europea. La impulsaría la idea de que el covid-19 es un castigo por nuestros pecados contra el medio ambiente, que son muchos, efectivamente. Es verosímil, pero quizás también se perciba aquí un cierto rechazo al compromiso. Votar verde, en países como Francia, sigue siendo una forma de no votar nada. De ser así, y con una abstención del 60 por ciento, estas elecciones darían una idea peculiar de nuestras democracias: sin alternativa, porque nadie concibe nada distinto, pero desacreditadas. Seguimos en un cambio profundo.
La Razón, 07-07-20
Foto: Edouard Philippe