Juego de tronos vs la Corona
Al principio, cuando Pablo Iglesias regaló la serie ‘Juego de tronos’ al Rey Felipe VI, todo parecía ir bien. Es probable que el Rey comprendiera lo que allí estaba ocurriendo, pero se lo calló, como es su deber, y no tuvo más remedio que poner su mejor cara. No era el deber de nadie, en cambio, reírle la gracia –estúpida, para decirlo como se merece- al peronista que despuntaba entonces como gran alternativa de la izquierda. Pero en nuestro país somos así. Son muchos, sobre todo entre quienes hacen la opinión, los que no quieren darse cuenta de lo que los hechos significan, aunque revienten delante de sus ojos. O tal vez sí, se dan cuenta y les gusta, que es lo más probable. Sea lo que sea, había quedado bien claro que Pablo Iglesias y sus muchachos podemitas no sentían el menor respeto por el Rey, ni por la Corona y, por tanto, tampoco por la Monarquía parlamentaria ni por la democracia liberal española. Esas cosas no iban, ni van con ellos. Al revés: la trivialización de la Corona que aquel gesto ridículo significaba ponía las cosas en su sitio.
Y es que, efectivamente, La Monarquía es incompatible con lo que Podemos representa. Podemos plantea una deriva confederal del Estado para la que la Corona, que representa la unidad y la permanencia de España, sólo puede ser un obstáculo. Podemos, además, hereda la clásica animadversión de la izquierda española hacia su país: debajo de la querencia confederal late el empeño histórico de acabar con España que es justamente lo que representa la Corona. En ese proyecto, Podemos se identifica pronto con los movimientos nacionalistas. La Corona, por su parte, es la demostración fehaciente de que la nación está viva. Eso es exactamente lo que el nacionalismo niega. Ya se sabe, España es un relato, una narrativa, un chiste. Contra eso, generalizado en la Universidad y en la cultura oficial, la Corona es ya uno de los últimos obstáculos que quedan.
Por si fuera poco, Podemos revitaliza una antigua noción política, como es la del pueblo, que debe encontrar un representante directo de una calidad muy especial, en un Caudillo cuyo carisma se demuestra en sus apetitos de diversa índole, como ocurre con el jefe podemita, que evidentemente fantasea con la idea de un poder absoluto. Podemos se nutre de la mitología fascista europea de la Europa de los años 20 y 30, superviviente luego en la desgraciada América Latina. Y la considera el modelo que debemos imitar. Por eso mismo, el caudillismo podemita y populista es incompatible con la Corona, institución compleja y formalizada donde las haya, sujeta a reglas estrictas y que, desde el siglo XIX, firmó un pacto con el liberalismo al que no puede sustraerse y que los populistas podemitas detestan, porque representa exactamente lo que ellos quieren destruir. También odia a los periodistas que no se pliegan a su dictado, y, fantaseando –otra vez- con una cierta idea del pueblo, aspira a “naturalizar” el insulto, es decir degradar la lengua y las instituciones al nivel ínfimo en el que ellos están convencidos que se expresa el “pueblo”. Exactamente lo contrario que impone la figura del Monarca.
Con estos mimbres, la relación de Podemos con la Corona se reduce a lo estrictamente utilitario, con un fondo de pragmatismo cínico que le ha llevado a cambiar de posición según le interese. Lo único permanente es la falta de interés en defender la institución. En 2018, el Congreso rechazó una moción podemita para investigar a Don Juan Carlos y el podemismo montó una campaña contra la Monarquía. Luego se calmó, para facilitar el acceso de Pablo Iglesias al Gobierno. Ahora se ha desatado de nuevo, en coincidencia con un momento delicado para los peronistas, a los que la coalición con Sánchez no está resultando rentable, y desacreditados además por las truculentas historias que arrastra el Caudillo y las investigaciones judiciales sobre corrupción en la financiación del partido, además de otras maniobras dudosas con la Fiscalía.
Es un plan de gran envergadura, con dos frentes simultáneos, en las redes sociales y en el Congreso. De este último hemos tenido un adelante con el pleno del Parlamento de Cataluña dedicado a la Monarquía. Se desencadenará de verdad en septiembre. Por ahora, estamos con las redes, con las performances vandálicas y con la humillación en los Ayuntamientos. Desde el primer momento, la ofensiva se ha desarrollado simultáneamente en Madrid y Barcelona, lo que indica el alcance nacional del asunto y que va a ocupar el primer plano en las próximas elecciones catalanas. Así que Podemos, un partido minoritario en caída libre, se dispone a hacer todo el daño que pueda a la Corona, que es tanto como hacérselo a la democracia liberal y por lo tanto a España. Y todo eso porque Pedro Sánchez no puede gobernar sin él. Gracias a Sánchez, todo el edificio institucional español, la estabilidad del país y su continuidad dependen del capricho de un grupo de señoritos irresponsables alucinados con ideologías que han llevado siempre a la ruina y al enfrentamiento las sociedades en las que prenden. Pero esa es otra historia: la de la relación de Sánchez con la Corona…
La Razón, 09-08-20