El Rey en Cataluña
El Presidente de la Generalidad de Cataluña y la alcaldesa de Barcelona han decidido hacer todo lo posible, como informaba ayer el editorial de La Razón, para boicotear la presencia del Rey en la ciudad. Ya lo hicieron hace un año, cuando las dos instituciones convirtieron la manifestación de recuerdo a las víctimas y repudio al terrorismo en un acto de exaltación nacionalista antiespañol. Tanto o más que entonces, todos los focos van a estar puestos en lo que ocurra en las calles de Barcelona el viernes que viene.
Que el Rey acuda para recordar lo ocurrido y estar cerca de las víctimas es una decisión gubernamental legítima. Es de prever que se habrán calculado los riesgos, y no sólo físicos o de seguridad, sino sobre todo morales, que en el caso del Rey es tanto como decir políticos. El acto no puede convertirse en un nuevo ejercicio de humillación pública al jefe del Estado. Y esto no depende de los catalanes que se movilicen para respaldar a su Rey, ni de las asociaciones, partidos u organizaciones (¿dónde andará UGT esta vez?) que intenten compensar el boicot nacionalista. Dependerá del gobierno, y sólo de él. No sabemos si en la decisión de llevar al Rey se ha consultado a los partidos que aplicaron el 155, pero tal vez Pedro Sánchez se empiece a dar cuenta de lo que vale el consenso en un asunto como este. Es la única política posible, la única distinta de la rendición al nacionalismo, se entiende.
Por otra parte, y una vez que hayamos pasado el trago de ver al Rey tan expuesto como lo va a estar, lo conveniente sería que la Casa Real estuviera presente sin tregua en Cataluña. No hace falta que esté en la calle. Hace falta que la Casa Real asista a inauguraciones, conciertos, celebraciones de todo tipo, también las militares y cualquiera civil de relevancia. Ya que el gobierno habla tanto de normalizar, aquí –junto con el asunto del consenso- tiene una inmejorable tarea de normalización por delante.
La Razón, 14-08-18