España con Cataluña
Antón Costas, catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona y autor del reciente, y muy interesante, El final del desconcierto” (Península) afirma que a Cataluña le va mejor, en lo económico y en lo social, cuando delega el poder político en el Estado. Hay una punta de ironía en esas palabras, claro está, pero también algo de verdad.
Se podría proponer otra formulación. Cuando en Cataluña se pierde la dimensión española, la sociedad catalana, y muy en particular sus responsables políticos, pierden el sentido de la realidad. Se embarcan así en un viaje cuyo fin último parece posible –y efectivamente, nada impide pensar que Cataluña pudiera ser un país independiente y próspero dentro de la UE- pero para el que hay que recorrer un camino intransitable. Y es que este implica romper la sociedad catalana, despojar de su nacionalidad a por lo menos la mitad de su población, enfrentarse y amenazar a la UE en nombre de un discurso nacionalista y populista, es decir antisistema, y hundir la economía catalana en la incertidumbre, que ha provocado la salida de más de 3.000 empresas, además de 14.698 nuevos parados catalanes en el mes de octubre y otros 7.400 de noviembre. Eso sin contar con la crisis política que provocaría en el resto de España y en la Unión Europea.
Las elecciones del 21-D deberían ser por tanto la ocasión de apostar por aquellas fuerzas políticas que permitirán restablecer el sentido de la realidad en Cataluña. El fracaso del “procés” y la derrota de quienes desde los momentos más graves de la crisis económica lanzaron esa aspiración como algo verosímil e inmediato, no debería llevar a compensarlos con el voto. Al revés, debería llevar a respaldar las posiciones que permitirán reestablecer la realidad catalana en su plenitud y abrir al mismo tiempo una nueva etapa de negociación para fijar una realidad política distinta. Esta deberá tener en cuenta tanto los límites a los que se ha llegado en estos años de “procés” como las necesidades alumbradas en la sociedad catalana. La clave está en que ni Cataluña es viable sin España, ni España es concebible sin Cataluña. Aceptado eso, muchas cosas son posibles y después de la borrachera de estos meses, ha llegado la hora de explorarlas.
La Razón, 19-12-17