Escenario Madrid
La situación electoral de Madrid presenta novedades importantes. Una es la previsible consolidación de un partido que todavía guarda un cierto regusto de novedad, como es Vox. Otra es la decadencia del partido de la Tercera España, ese grupo de ciudadanos puros siempre un poco por encima del común de los mortales, pobres patanes que todavía tenemos ideología. Y otro es el del aterrizaje destemplado y paródico, como era de esperar, de Pablo Iglesias. Son muchos cambios, pero ninguno de ellos varía por lo sustancial un panorama histórico propiamente madrileño. Y es el de la complicada relación de los grandes partidos nacionales (un poco venidos a menos, como bien sabemos) con sus sucursales locales.
La presencia de Ángel Gabilondo al frente del PSOE permite intuir que los socialistas prefieren un candidato sin capacidad para conseguir una victoria rotunda al riesgo de que un nombre fuerte, con capacidad de movilización, acabe creando una situación difícil al propio partido. Es lo que siempre ha ocurrido en la historia del PSOE. Por eso, más vale un hombre gris -cualidad ahora puesta en valor por la grosería y el amaneramiento de Iglesias – que otro problemático en un momento más delicado para el Gobierno de lo que el propio Gobierno parecía pensar hasta hace pocos días.
Por parte del PP, se da la circunstancia contraria. Y es que la candidata se ha consolidado, en poco tiempo, no ya como una revelación, sino como un auténtico símbolo. Lo ha conseguido gracias a una gestión fuera de serie, que ha hecho de Madrid una referencia internacional, gracias al acoso -incluido un brutal nivel de machismo- por parte del progresismo y también gracias a su voluntad de erigirse en alternativa al socialismo monclo-podemita. Así que también aquí se repite el antiguo esquema según el cual las relaciones entre los órganos centrales del PP y su representación madrileña tienden a ser complicadas. En este caso no hay enfrentamiento, como lo hubo otras veces. Sí que hay indicios de discrepancias estratégicas relevantes, que pueden evolucionar de forma difícil de prever.
Que los dos grandes partidos tropiecen siempre con la circunscripción electoral más importante -por su carácter simbólico y propagandístico- tal vez signifique algo que va más allá de los lógicos problemas de acumulación de poder en un espacio al fin y al cabo reducido. Madrid, efectivamente, y por un efecto paradójico del Estado de las Autonomías, se ha convertido más que nunca en la representación del conjunto del Estado y de la nación. Así que en Madrid se definen las estrategias nacionales de cada partido. En el caso del PSOE, esa estrategia no se puede formular con claridad porque implica una maniobra, puesta en marcha desde Rodríguez Zapatero, de desmantelamiento de España en alianza con los independentistas: Madrid, por tanto, tiene que quedarse sin voz. En el caso del PP, porque es el propio Madrid el que genera una estrategia propia pero de alcance nacional. De tener éxito, obligará a la dirección central a reajustar su propia posición. Madrid no defrauda nunca.
La Razón, 23-03-21