Federalismo y confederación
Son muchos los motivos que explican la continua pérdida de apoyos por parte de los partidos de izquierda, tal como vienen señalando los sondeos publicados en estas mismas páginas, el último en el número de ayer. El activismo ideológico, la presión fiscal, la desastrosa gestión de la pandemia… Sigue habiendo uno fundamental, que está en el origen mismo de la coalición gubernamental. Se trata del empeño en fundar una nueva nación que normalice las ambiciones de los nacionalistas, ya sean vascos o catalanes, por mucho que a estas alturas, estos ya han dejado claro su voluntad de superar el Estado de las Autonomías y pasar a algo distinto.
La izquierda española no tenía por qué haber emprendido este camino. Era concebible una opción que defendiera la unidad política del país. En el siglo XIX eran los conservadores y los reaccionarios los que enarbolaban la bandera de los fueros y las sensibilidades regionalistas para oponerse a la modernidad que encarnaba el liberalismo. La mutación se produjo en las primeras décadas del siglo XX y está alcanzando ahora su culminación, con una izquierda empeñada en hacer un experimento de deconstrucción, entre el eslogan federalista y las pretensiones confederales.
Quizás hubo un momento en el que el PSOE, como la derecha, se engañó acerca de las intenciones de los nacionalistas. Desde la victoria del nacionalismo vasco con la supuesta derrota de la ETA y desde el «procés» de Cataluña, ya no caben más dudas. Los socios de Sánchez no van a aceptar un proceso federalista después de la deconstrucción de España. Una vez realizada esta por el propio gobierno de coalición, aceptarán una fórmula distinta, de confederación de entidades políticas soberanas, unidas al Estado español mediante algún lazo simbólico muy tenue. De hecho, ya están rotos, en buena medida, los lazos que antes unían a Cataluña y al País Vasco con el resto de España. La fragilidad de esa Confederación Hispana quedará al descubierto en el mismo momento en el que cuaje como proyecto. Es lo que está ocurriendo ahora mismo y lo que la opinión pública percibe con claridad. De ahí, entre otros motivos como los antes mencionados, la impopularidad cada vez mayor de la izquierda gobernante. Se puede ser favorable a una mayor o menor descentralización. Se puede, y se debe, cuidar el pluralismo de una sociedad. Lo que resulta más difícil es gobernar para acabar con la comunidad política que se preside para crear otra sabiendo, como sabe todo el mundo, incluidos los que la promueven, que esta es una pura y simple ficción y que es imposible pasar a otra cosa.
La Razón, 10-11-21