La derecha amnésica y la recuperación de la memoria
La derecha española desde la Transición ofrece algunas características singulares. Una de ellas, tal vez la más sorprendente, es su voluntad, férrea y cumplida con éxito, de convertirse en una derecha sin pasado, sin memoria, amnésica. Desde que se inventó el concepto, la derecha suele ir asociada, no sin motivo, con la preservación del legado recibido y con el respeto a la continuidad. Pues bien, en nuestro país la situación es la contraria. La izquierda está volcada en la preservación de su pasado y, a partir de ahí, en la elaboración de una interpretación propia de la historia de España. Un ejemplo es la Fundación Pablo Iglesias, creada poco después del fallecimiento del padre del socialismo español, y reorganizada desde 1977 como un centro ejemplar de documentación y de estudio. Nada parecido existe en la derecha. Existen fundaciones y archivos particulares, algunos de ellos donados a instituciones académicas o similares, pero no hay ningún centro que haya hecho el esfuerzo, ni siquiera que se haya planteado, reunir, conservar y poner a disposición de los historiadores la documentación que constituye el tronco de la tradición conservadora y liberal española. Se llega, a lo sumo, a think tanks, organismos volcados en el presente y la coyuntura política.
Como era de esperar, cuando se trata de oponer argumentos al gran proceso de recreación de la identidad española puesto en marcha por la Memoria Histórica o Democrática -porque de eso se trata y no de una medida legislativa coyuntural, partidista o ideológica- la derecha carece de material, de elementos de apoyo y en última instancia de argumentación. Amnésica voluntariamente, con todo su empeño, no tiene historia que contar.
Naturalmente, tampoco ha habido un esfuerzo por incentivar los estudios universitarios por rescatar ese pasado. Se realizaron actos de conmemoración cultural en torno al centenario de 1808 y, hace ya más de veinte años, de conmemoración de algunas figuras como Cánovas y Sagasta. Poco más. Así que, salvo algunas excepciones muy bien contadas, las respuestas historiográficas al relato progresista de izquierdas de la historia de nuestro país -que es el relato de un fracaso, porque tal es la historia de la nación española elaborada y asumida hasta ahora por la derecha- han venido de zonas ajenas a la investigación reglada y a la academia. Unas veces son mejores que otras -y en algunos casos son excelentes, como en muchos otros son meros exabruptos- pero siempre queda fuera del saber institucionalizado y, por tanto, de aquello que nutre la cultura y la historia que cuenta y que se enseña. Un miembros del gobierno de Sánchez habló del consenso entre historiadores para justificar que la rectificación dela Ley de Amnistía de 1977 llegara hasta 1982, año de la llegada de los socialistas al poder. Es absurdo, pero no le faltan motivos para hacerlo. De tener en cuenta el título de un libro de Santos Juliá, uno de los grandes popes de la historia oficial de los últimos treinta años, hasta 2017 los españoles seguíamos viviendo en transición…
Uno de los varios problemas que están en la raíz de esta amnesia voluntaria -también sumamente cómoda, tampoco nos vamos a engañar- es el propio pasado de la derecha española. Y como también era de esperar, esa misma amnesia suministra a sus adversarios la mejor munición posible. El silencio, efectivamente, corrobora su supuesto pecado original, imborrable, que son los años de la dictadura de Franco. Y ese mismo silencio, y esa misma amnesia, acompañada como va de una adhesión acrítica a la cultura progresista, contamina todo su pasado a partir de ahí y le lleva a hacer aún más espeso el silencio en el que se refugia para no tener que aclarar su posición. Las escasas excepciones, relativas a algunas calles y a algún que otro monumento, no cambian la situación. (…)
Seguir leyendo en Fundación Disenso, 29-11-21