Una derecha renovada
Una campaña no demasiado afortunada ha llevado al Partido Popular a ver rebajadas las expectativas, un poco desmedidas, con las que partió. Está claro que el PP tiene, en particular en Castilla y León, implantación e influencia suficientes para revertir en parte esta evolución, aunque sea en los muy últimos días. Aun así, y con independencia de las equivocaciones y de episodios como el de la aprobación de la contrarreforma laboral en el Congreso, se dibuja una situación con dos partidos de derecha consolidados, aunque en evolución dinámica.
El Partido Popular se ofrece como instrumento de gestión, eficaz en muchos casos, capaz de proporcionar soluciones a algunos de los problemas más graves a los que se enfrentan los españoles. Un partido conservador, respetuoso con los antiguos consensos -que le gustaría contribuir a prolongar, de hecho-, templado y sin gran imaginación. Desconfiado por principio de las ideas, que tiende a considerar abstracciones ideológicas perturbadoras y poco ajustadas a la realidad cotidiana, sin gusto por el pasado -una actitud curiosa en un partido de mentalidad naturalmente conservadora-, y respetuoso con un sentido común que sus enemigos políticos -desde el PSOE hasta sus aliados bilduetarras- se han esforzado por dinamitar desde por lo menos 2004.
Los militantes y los votantes del otro partido de la derecha, y tercero de los nacionales, parten de una posición muy distinta. No ponen en cuestión el marco constitucional, pero están convencidos que este sólo sobrevivirá si se hacen frente con argumentos y decisiones a los ataques que han venido sufriendo. Esta demanda, y esta actitud, de reafirmación propia responde a otros factores, desde los efectos de la globalización a la constatación del proceso de disolución de la nación y el Estado patrocinado por el PSOE y sus amigos. Combina, además, perspectivas ideológicas diversas, desde formas de liberalismo bastante estrictas a otras que desconfían o dan por quebrado el liberalismo en el orden económico, en el mundial e incluso como principio fundador de una sociedad civilizada y humana. El empuje fundamental, de todos modos, reduce estas diferencias, como ocurre siempre en los partidos con vocación de gobierno. Llegado el momento, la gestión las pondrá a prueba.
En Madrid ha surgido una vía distinta, encarnada en la figura de Isabel Díaz Ayuso, que combina aspectos de estas formas de ser. A pesar de su éxito, no anula del todo la novedad que representa VOX. No quiere, o no se atreve a desprenderse de la brújula que el progresismo le sigue marcando en el terreno de la cultura. Hay ahí un punto ciego, tal vez pánico, que le llevará siempre a depender del “partido de Ortega Lara”, como ha dicho la propia Díaz Ayuso, haciendo de necesidad virtud. En cualquier caso, no parece que el PP esté dispuesto a replicar -si es que se puede hacerlo- el caso madrileño. (Tampoco puede replicar el modelo gallego, que tal vez esté más próximo a su querencia íntima.) En un país como el nuestro, en el que se escucha todavía a las elites, aunque no lo merezcan, el PP tiene muchos incentivos para considerar a su compañero de derechas como una amenaza para el sistema y un riesgo para su propia supervivencia. Se equivoca. Cuanto antes se tome en serio lo que la consolidación de VOX quiere decir, mejor.
La Razón, 10-02-22