Marcel Gauchet y las paradojas de la muerte de Dios
En ¿Atenas y Jerusalén? Filosofía, política y religión desde 1945, Guillermo Graíño y Jorge del Palacio eds., Tecnos, 2022
Plutarco anunció la muerte de Pan en su diálogo Sobre la desaparición de los oráculos, 17. “Así (…) Tamún, desde la popa (…), dijo (…): ‘El Gran Pan ha muerto’. Aún no había acabado y se produjo un gran gemido, no de una persona, sino de muchas, mezclado con gritos de sorpresa”.[1] El mismo tono trágico (“¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos de asesinos?”) envuelve la declaración del hombre loco en el párrafo 125 de La gaya ciencia.[2]
Desde entonces la muerte de Dios ha sido el objeto de una reflexión constante y constituye uno de los ejes sobre los que se construye la identidad moderna. Marcel Gauchet se inscribe en esta tradición en la primera obra de su carrera, publicada en 1985. Para titular el libro que iba a ser la obra clave de su vida intelectual, Gauchet escogió el término “désenchantement” (Le désenchantement du monde), una expresión que Weber había utilizado en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (definiéndola como “la eliminación de la magia como medio de salvación”[3]) y luego en la conferencia La ciencia como vocación.[4] (El traductor castellano utilizó a su vez el término “desencantamiento”, a pesar de existir la expresión “desencanto”.) Wolfgang Schluchter recuerda que en 1913, el escritor Emil Ludwig había utilizado el mismo término para referirse a la obra de Richard Wagner (Wagner y los desencantados),[5] y Marianne Weber, en la biografía de su marido indica que la excursión a Bayreuth para escuchar Parsifal resultó ser una decepción, porque en “aquella impura mezcla de sensualidad y de simbolismo”, ni por un momento tuvieron esa sensación de devoción religiosa que les inspiraban las obras maestras de Bach, Beethoven y Liszt.[6]
Gauchet debió de retomar la expresión en homenaje al maestro alemán, cuya reflexión sobre el significado de la Reforma volverá en su propia obra. También lo hizo por la capacidad de evocación de la palabra y por alejarse de términos como “secularización”, portador de connotaciones ideológicas y políticas que perturban la comprensión de su tesis. Ni el término “desencantamiento” ni la expresión “desencantamiento del mundo” vuelven a aparecer en el cuerpo del libro.
El interés de Max Weber por la religión –o las religiones– se inscribía en su proyecto de comprender las condiciones en las que se había desarrollado el pensamiento científico y el capitalismo. La sociología de las religiones a la que este interés da lugar constituye una reflexión acerca de cómo estas pueden llegar a influir, positiva o negativamente, en ese desarrollo. El elemento central de este proyecto, presente también en los estudios sobre el judaísmo clásico y el confucionismo y el taoísmo en China, lo constituye el trabajo sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
El proyecto de Gauchet es distinto. Él mismo ha contado cómo llegó a interesarse por la religión. Fue tras el deslumbramiento que le provocaron los estudios y los cursos de Pierre Clastres en el CNRS, en París.[7] Gauchet se refiere específicamente al estudio que Clastres dedicó la “filosofía de la jefatura” en los pueblos primitivos americanos.[8] Allí Clastres describía las sociedades “salvajes” americanas como sociedades sin Estado y sin historia, sociedades en los que toda la organización política, la economía, los mitos y los ritos sociales y culturales se encaminan a impedir el surgimiento de un poder con capacidad de coacción que introduzca a estas mismas sociedades en la historia.[9] [no queda muy clara esta última frase. ¿Quizá así? “encaminan a impedir el surgimiento de un poder con capacidad de coacción que sea capaz de introducir a las sociedades en la historia…”]
La descripción de aquellas sociedades organizadas contra la historia y contra el surgimiento del Estado, que Clastres continuó con su estudio sobre la violencia,[10] deslumbró a Gauchet, pero también le planteó un desafío conceptual. ¿Cómo se pasa de esas sociedades ajenas y contrarias a la historia a otras en las que la historia se convierte en el modo principal de organización? Clastres habló de malencontre (“desventura”, en la traducción castellana) habiendo tomado el término de Étienne de la Boétie y su Discurso de la servidumbre voluntaria, para referirse a ese momento en el que las sociedades que desconocen el poder coactivo y la desigualdad se enfrentan a un destino que las convierte en sociedades en las que el Estado se hace cargo del poder, lo convierte en coacción e instituye la desigualdad.[11] (Un destino trágico, otra vez, por el que el ser humano pierde su libertad.) No hay rastro de sociedades intermedias, que atestigüen alguna forma de transición de una a otra. Hay un corte profundo –la “malencontre” o “desventura” de La Boétie– entre las dos formas, una ruptura que indica un advenimiento brusco para el que se requieren otros elementos explicativos.[12] Así es como Gauchet empieza a interesarse, en torno a 1975, por la religión.[13]
Marcel Gauchet era por entonces estudiante en la Universidad de Caen. Situado en la franja espontaneista, por no decir libertaria, del izquierdismo militante, participó con entusiasmo bon enfant, es decir bien educado, según ha contado él mismo, en aquel gran trastorno de la sociedad francesa.[14] Leyó con interés La révolution introuvable, el libro de conversaciones que Raymond Aron dedicó a lo que –precisamente- no había sido una revolución.[15] Discípulo de Claude Lefort, que dedicó un curso a la democracia transcrito por el propio Gauchet, el joven estudiante se adhiere a la corriente antitotalitaria de una parte de la izquierda francesa. Venía de lejos, desde la revista Socialisme ou barbarie, pero cristalizará a mediados de los años 70 con la publicación de Archipiélago Gulag, el estudio –Un homme de trop– que Lefort le dedicó y poco después con los estudios que François Furet publicó bajo el título de Penser la Révolution française (1978). Era una refutación de la interpretación marxista de la Revolución que llevó al autor a una célebre afirmación, cargada de significado en la historia y en la política francesa: “La Revolución está terminada”.[16] (…)
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[1] Plutarco (1987): 230.
[2] Nietzsche (2001): 161.
[3] Weber (1983): p. 98.
[4] Weber (2001): p. 201. En esta edición la expresión “die Entzauberung der Welt” va adaptada como la exclusión de “lo mágico del mundo”.
[5] Schluchter (2017): ed. Kindle, loc. 1299-1306.
[6] Weber (1968): p. 470.
[7] Gauchet (2007): p. 60.
[8] Clastres (2019): pp. 25-42.
[9] Clastres (2019): pp. 161-186.
[10] Clastres (2010).
[11] Clastres (1985) y (1980): pp. 117 y ss.
[12] Gauchet (2003): p. 72.
[13] Gauchet (2003): p. 64.
[14] Gauchet (2007): pp. 37-39.
[15] Aron (1968).
[16] Furet (2017): p. 11.