El abandono del centro
En su discurso del monasterio de Leyre el Príncipe Don Felipe habló en repetidas ocasiones de España. Define así uno de los elementos esenciales de la difícil situación que le espera, y aquello que acabará dando forma –para bien, sin duda- a su obra y a su legado. No es una cuestión trivial ni retórica, y de hecho ha aparecido también, a su manera, en los resultados de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo.
Lo que estas elecciones han revelado es el abandono del centro político. Por la izquierda, los votantes han girado hacia una nueva organización que ha hecho del muy postmoderno “We can” de Obama un slogan propio de antes de la caída del Muro de Berlín, con la República como símbolo de la revolución socialista por venir. Por la derecha, el PP sobrevive honorablemente, pero pierde un buen número de votantes que han optado por la abstención. No hay simetría ni posible comparación, pero hay una pregunta sin responder acerca de dónde está el eje central de nuestro sistema político.
Desde la izquierda, se llega a esta situación mediante la radicalización de las actitudes. En España tenemos una larga experiencia, bien contrastada, que demuestra que el radicalismo no conduce a integrar a los radicales, sino a radicalizar a los que no lo son. Es lo que le está ocurriendo al PSOE, como le ha ocurrido a CiU. En el centro derecha las cosas son distintas. Siendo el PP consciente de su responsabilidad como mantenedor único del centro, sus responsables parecen haber llegado a la conclusión que lo mejor es abstenerse casi sistemáticamente en cuanto a la elaboración programática. Sus votantes han respondido dejando claro que no desean dejar de votarle, pero dando a entender que no comprenden una actitud alérgica a los argumentos, a las ideas.
El centro político es otra cosa. En parte, consiste en traer a la zona templada, que es el espacio de la convivencia, los principios de cada uno: hacerlos inteligibles y deseables para una mayoría. Por otra, consiste en la elaboración del marco nacional, que los ciudadanos deben sentir como algo propio, comprensible, claro, porque es ahí donde se define su horizonte político y el único –desengáñense los que siguen buscando alternativas- que hace posible la democracia liberal. El Príncipe Don Felipe ha hecho bien en apuntar en esta dirección en su primer discurso después del anuncio de abdicación por el rey Don Juan Carlos. La Corona no puede ser la única institución en el centro del sistema.
La Razón, 06-06-14