De la nación a la nación de naciones. De «Historia patriótica de España»
En 1983, el historiador Benedict Anderson había publicado Comunidades imaginadas, un estudio acerca de los elementos imaginarios que las naciones políticas crean como fundamento de su unidad. Según el propio autor, el estudio iba inspirado por su simpatía hacia el nacionalismo escocés, para el que el Reino Unido era la reliquia decrépita de una era prenacional y prerrepublicana. Se trataba de subvertir en la medida de lo posible el gran relato nacional e imperial del Reino Unido… en favor del nacionalismo, en aquel caso escocés. Aquel mismo año, otro historiador, Eric Hobsbawm, publicó La invención de la tradición, una recopilación de estudios sobre la creación y la consolidación, a veces muy reciente, de los ingredientes simbólicos y narrativos que constituyen la receta de lo que llamamos identidad nacional. En España, en buena tradición regeneracionista de animadversión al liberalismo, la crítica al régimen de Franco se había convertido en sinónimo de crítica a la nación constitucional. La tentación de emprender esa vía resultaba irresistible.
Abrió el camino Xosé Manoel Núñez Seixas (n. 1966) con un estudio de la historiografía del nacionalismo español publicado en 1993. Lo continuaría, entre otros muchos, Carlos Serrano (1943 – 2001) con El nacimiento de Carmen, una revisión irónica de algunos mitos nacionales, particularmente despectivo con los himnos, la bandera, los monumentos de Madrid, y la Hispanidad y 1492. Culminaría con Mater Dolorosa (2001), una obra demoledora en la que su autor, José Álvarez Junco (n. 1942) revisó con saña el proceso de construcción nacional emprendido por el liberalismo en el siglo XIX. Mater Dolorosa fue un gran éxito, se convirtió en un clásico y consolidó una forma de estudios culturales a la española, dedicada a la deconstrucción de la nación. Inspiró también una ingente cantidad de trabajos de investigación académica que contaron con un fuerte respaldo oficial. El respaldo oficial iba encaminado a demostrar que la nación española es un relato, una invención perecedera hecha según criterios ideológicos. También había sido un mal relato, deshilvanado, inconsistente, chapucero. Y eso traducía otra realidad, que actualizaba el mito del fracaso de la revolución burguesa: la de que la nación española, si es que se podía hablar de tal cosa, era otra ruina, de las que la historia de España deja siempre a su paso.
Todo este trabajo de deconstrucción, es decir de demolición, se puso en marcha al mismo tiempo que se consolidaba el Estado de las Autonomías. Con él culminaba la Transición a la democracia parlamentaria. Son los años en los que se inventan, literalmente, la geografía, los símbolos, las tradiciones, y los relatos, las “nobles mentiras” según Platón, de las nuevas regiones, de las nuevas nacionalidades, las históricas, las más o menos históricas y de las nuevas naciones en trance de creación. Diseño de banderas, himnos compuestos ad hoc, ceremonias, festejos, conmemoraciones, incluso creaciones lingüísticas generosamente subvencionadas para inventar una “lengua propia” distinta de la española… ¿Qué mejor objeto que el Programa 2000 para un estudio en vivo de la invención de la tradición o del imaginario de una nueva comunidad nacional? No fue esa la línea seguida por la Universidad. Hubo algunos trabajos, como el de Jon Juaristi (n. 1951) sobre El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca (1987) y el de Manuel Suárez Cortina (n. 1951) sobre Cantabria, titulado Casonas, hidalgos y linajes: la invención de la tradición cántabra (1994). El esfuerzo, sin embargo, se concentró en demostrar que la creación de la nación liberal, es decir la nacionalización de España protagonizada por los liberales, había acabado en un desastre, el Desastre por antonomasia. (…)
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