Julia Escobar. Vitalidad y compromiso

Nacida en 1946, fallecida el 10 de diciembre de 2024, Julia Escobar fue, para todos los que tuvimos la fortuna de conocerla y de tratarla, una fuente perpetua de sorpresa e inspiración. Y en los últimos años, por su capacidad para sobreponerse a la enfermedad y al sufrimiento, un ejemplo de vitalidad y de ganas de vivir.

Librera, editora (en Mondadori), responsable cultural (en la Casa de América), Julia Escobar no rehuyó nunca ningún compromiso y además de sacar adelante sus propios proyectos, sacaba de esa muy activa vida social perlas de humor y de ironía como las que los lectores de Libertad Digital pudieron leer en su serie de Dragones y Mazmorras, uno de los mejores retratos, y no de los menos corrosivos, de la escena cultural madrileña. Fue protagonista, también de los primeros números de La Ilustración Liberal, con la que colaboró siempre que fue requerida.

Fue una gran traductora, una labor que centró en los autores que le gustaban, entre los más difíciles de trasladar al español y de los que nunca dejan indiferente al lector, como Rimbaud, Colette, Pessoa y últimamente Huysmans (Santa Liduvina de Schiedam), autores de dificilísimo, casi imposible traslado a otra lengua. Gracias a su sensibilidad y a su prodigioso dominio del español y del francés, conseguía recrear el refinamiento estilístico del original, y así hacer posible una lectura de idéntica intensidad. Entre sus traducciones memorables están las de Henri Michaux y de Edmond Jabès, autor este último que muestra además cómo su  infatigable actitud pro judía y pro israelí echaba raíces en una apropiación fina y compleja del judaísmo. Su última traducción fue la biografía que el historiador francés Stéphane Courtois dedicó a Lenin, publicada con un prólogo de Federico Jiménez Losantos.

Poeta de escritura sorprendentemente limpia y transparente, se llamó a su misma novelista, y no sin razón. En Nadie dijo que fuera fácil (1990) reinventó con humor algunos escenarios de Madrid, y en San Judas 27 (La catedral del dolor) (2017) imaginó a un personaje un poco flaubertiano, por lo prosaico, para relatar algunas de sus experiencias entre médicos e instituciones hospitalarias que, por desgracia, tan bien conoció. La asamblea de los muertos (2000), cobra ahora, como era inevitable, un sentido nuevo y no es difícil imaginar a su autora discutiendo, como tanto le gustaba hacer, con sus nuevos viejos amigos –“la vengadora recalcitrante” o “el asambleísta arrepentido”- aquellos que inventó para según sus propias palabras, reírse de sus propios temores y darle un susto al miedo. De ser menos conformista y aborregada la escena teatral española, seguramente alguien se habría arriesgado a hacer una adaptación dramática de una obra pensada para una catarsis hilarante.

A Julia Escobar le gustaba doña Emilia Pardo Bazán, otra mujer de carácter y otra escritora inclasificable a la que dedicó algunos preciosos textos críticos. También sentía predilección por Nicolás Gómez Dávila, gran moralista, que gracias a ella, en buena medida, ha encontrado nueva vida en nuestro país. Su interés último por Huysmans y otros autores franceses de la época revela la necesidad casi física de estar siempre en movimiento y su absoluta aversión, y su indisimulado desprecio, por la comodidad y la rutina. De ahí también la voluntad de estar en las redes sociales, que le valió una popularidad nueva, como en un inédito, e imprevisible, salón literario de los que tan bien sabía evocar.

Claro que lo que siempre recordaremos todos de Julia Escobar, y lo que su gran obra escrita nos hará recordar, será su personalidad irrepetible y su irrefrenable patriotismo que mostraba de manera absolutamente natural. Terca, siempre impertinente, con intuiciones increíbles, incapaz de aguantar la estupidez y el servilismo, en ella se manifestaba una libertad insobornable que se plasmaba, sin el menor fallo, en un idioma portentoso en cualquier registro. Nada más inconcebible para ella que rendirse, y así se mantuvo hasta el último momento.

Libertad Digital, 17-12-24

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