Jorge Vilches y el rescate del liberalismo español

Jorge Vilches, Historia del liberalismo español. Liberales y conservadores en el siglo XIX, Córdoba, Sekotia, 2024.

En las últimas décadas, la historiografía del liberalismo ha tenido dos grandes oportunidades. La primera llegó entre 1975 y 1982, en tiempos de la Transición, cuando los primeros pasos de la democracia española coincidieron con el hundimiento de las utopías socialistas. El segundo llegó tras el colapso de la Unión Soviética y el agotamiento del gobierno del Partido Socialista. La primera se echó a perder y la segunda se aprovechó… a medias, aunque suscitó un rebrote del interés por los liberales y la Monarquía constitucional de 1876, así como por algún trabajo sobre la genealogía del liberalismo español. Desde entonces, la historiografía ha ido desbrozando el terreno, tanto en los estudios generales como en cuanto a los trabajos biográficos. Nunca, sin embargo, se ha hecho el esfuerzo de estudiar la historia del liberalismo español como se ha estudiado la de otras corrientes políticas e ideológicas.

El último libro de Jorge Vilches viene a paliar, en buena medida este vacío con un libro titulado Historia del liberalismo español. Vilches es el mejor especialista actual en la historia política del siglo XIX español y conoce a fondo los planteamientos, los avances y los puntos muertos del liberalismo de entonces. Entre sus grandes libros figura el temprano Liberales de 1808 (2008), exposición clarividente del patriotismo de los constitucionalistas del año 12, así como la biografía de Emilio Castelar (2001), que debió haber servido para colocar al gran tribuno republicano en el lugar que le corresponde en el conservadurismo liberal español-republicano, por más señas, lo que le otorga aún mayor interés. En conjunto, la obra de Vilches, apasionado del XIX, nos restituye un liberalismo muy alejado de los oportunistas, esperpénticos  y cochambrosos retratos que se vienen sucediendo, hasta hoy, desde principios del siglo XX, de cuando los regeneracionistas y la generación del 98 demolieron a conciencia la España liberal. (Ya destacó en esta tarea Luis Arranz, recientemente fallecido y a quien Jorge Vilches, discípulo suyo, dedica ahora su trabajo, al igual que Luis Arranz siempre tuvo en cuenta a Luis Díez del Corral, su propio maestro y pionero en el estudio del liberalismo doctrinario).

Esta Historia del liberalismo, la primera en su género, se construye mediante retratos, de en torno a 15 páginas cada uno, de 25 personajes liberales señeros, enmarcados entre los debates constitucionales de 1812 y la refundación de la Monarquía constitucional en 1876. Uno de los retos a los que se enfrenta el historiador del liberalismo es entender, primero, y luego saber explicar, el pluralismo propio de la actitud liberal. Y es que, partiendo de la ruptura acontecida entre 1808 y 1814, con la fundación de la nación moderna en términos constitucionales, el liberalismo proseguirá dos grandes líneas.

Una de ellas, que constata pronto la inutilidad de continuar con la reivindicación revolucionaria, dará pie a la corriente conservadora que está detrás de la fundación del Partido Moderado, en los años 1830. También la encontramos tras las corrientes doctrinaria y puritana, que, más escoradas al centro izquierda, darán lugar a la Unión Liberal de la década de los años 1850. Y finalmente, después de la quiebra del moderantismo al final del reinado de Isael II, continuará  con el Partido Liberal Conservador de Cánovas, el instrumento gracias al cual se levanta por fin un régimen constitucional consensuado e integrador, que durará hasta 1923.

La otra corriente va protagonizada por los liberales que deciden permanecer fieles a la idea revolucionaria y aspiran a continuarla, como si la revolución planteara un horizonte ideal que debe ser actualizado una y otra vez, incansablemente, más allá de cualquier realización concreta. Como explica Jorge Vilches, si en la primera corriente el concepto clave es el del Orden, aquí la primacía le corresponde al Pueblo, sujeto de una Historia sagrada de final inevitable y  cuya representación asumirán los progresistas. Libertad y orden, por una parte, Pueblo y Progreso, de la otra.

En cuanto a la primera línea, Vilches la sitúa bajo el arco canónico que va de Jovellanos a Cánovas: desde el nacimiento de un conservadurismo enraizado en la Ilustración y cuyo objetivo es el respeto y el desarrollo de la constitución interna del país, hasta la instauración de un régimen de equilibrio entre los poderes (la Corona y las Cortes, por lo fundamental), capaz de moderarlos a ambos y encontrar así una base sobre la que sustentar un consenso nacional. Entre los dos, Vilches traza algunos muy sugestivos retratos de grandes liberales conservadores, casi todos ellos olvidados, muy en particular por quienes les deben la existencia. Destaca Martínez de la Rosa, introductor oficial del romanticismo en su país y uno de los fundadores del Partido Moderado: resulta asombroso que con esta carta de presentación el centro derecha español no haya sabido hacer nada con su recuerdo. De entre los puritanos, hay un buen retrato del muy atractivo Nicomedes Díaz, admirado por Valera y del que José Luis Prieto Benavent, en su momento único especialista en el puritanismo liberal conservador, publicó la obra, sin gran repercusión, en 1996. Vilches rescata también a Andrés Borrego, obsesionado con los partidos políticos y su “conciliación”, y a Joaquín Francisco Pacheco, que quiso, como Borrego, encontrar los puntos compartidos entre moderados y progresistas, algo que luego Cánovas actualizaría en la Constitución de 1876. Figura extraordinariamente atractiva, por su calidad humana y su visión política, es Narváez, rescatado de la parodia. No menos lo es, por su integridad y su pragmatismo, Antonio de los Ríos Rosas, fundador de la Unión Liberal.

Del lado del Pueblo y el Progreso, la trayectoria va de Manuel José Quintana, poeta de la libertad y al que Vilches llama, con razón, “fundador del patriotismo liberal” español, hasta Sagasta, que culmina la evolución de los progresistas liberales con la integración en el sofisticado régimen canovista que combinaba la libertad con la estabilidad, después de los desastres del experimento progresista y federal de entre 1868 y 1873. Siendo la primera línea accidentada, con destierros y accidentes sin fin, esta línea resulta aún más movida y accidentada porque a los liberales progresistas les costó mucho trabajo, y muchas contradicciones y enfrentamientos con sus propios partidarios, superar la sacralización de la revolución que se inicia muy pronto, en  1820, y la obsesión de que la libertad era una conquista del Pueblo sobre la Corona. Ahí están personajes tan atractivos, y de perfil tan bien trazado en este libro, como Álvaro Flórez Estrada, economista de reputación europea  y exaltado que acabó enfrentado a sus amigos, o como Joaquín María López, capaz de elaborar una teoría del gobierno representativo que le llevó a alejarse de los postulados de sus amigos, según los cuales sólo los progresistas eran garantía de libertad. Más conocido es Prim, que también figura en estas páginas y que acabó encabezando la revolución contra Isabel II.

Si el “espíritu del siglo” requería y conducía, como quería Martínez de la Rosa, a la conciliación de la libertad con el orden, está claro que la línea fundamental es la del liberalismo conservador (también, con otras apelaciones y matices, moderado, doctrinario o puritano). Es la que funda el Estado moderno español, el que sobrevivió a los desastres del siglo XX y la que se perpetuó en parte, tras una dictadura como la de Franco que no renegó de él, en algunos elementos de la Constitución del 78. No por eso son de despreciar, como Vilches sabe muy bien, quienes invocan el Pueblo y el Progreso, aunque casi siempre los ideales -por utilizar una expresión benigna- hicieron imposible la consolidación de sus propuestas en la realidad: por ejemplo, en cuanto al asentamiento de la democracia en España.

Tampoco los conservadores son ajenos a pulsiones antiliberales surgidas de su propio movimiento. Es el caso, tan brillante, de Donoso Cortés o también el de Balmes. En el pensamiento de este último se activa una forma de autoritarismo, por la prioridad concedida a la Corona, que acaba en el partido único y en la reivindicación de monarquía y la religión católica como elementos primordiales de la nación española, una posición llamada a tener una singular posteridad. En este aspecto, Uno de los elementos más originales del estudio de Viches, y que lo distingue de otros trabajos previos como el de Carlos Seco Serrano o el de Carlos González Cuevas sobre  la historia de la derecha, consiste en encuadrar estas corrientes -como las del lado progresista- en el conjunto del liberalismo.

Este nuevo libro de Jorge Vilches resulta un magnífico retrato del conjunto del liberalismo español. Las dos líneas planteadas como elementos explicativos -la de la Libertad y el Orden y la del Pueblo y el Progreso- constituyen un buen instrumento para entenderlo en toda su complejidad y su relación con las corrientes similares europeas, en las que está plenamente integrado. Como en otros países, el liberalismo se enfrentó a la tarea de elaborar una gran transacción entre corrientes políticas e ideas de la nación española que parecían muy distintas, y en muchos momentos irreconciliables. Y lo consiguió durante casi 50 años, entre 1876 y 1923.

Cuadernos de Pensamiento Político 85, 15-01-25

¿Qué opinas?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

No hay comentarios aún