Una Nación entre paréntesis. Entrevista por Germán Gila

Guzmán Gila, El Adelantado de Segovia, 16-02-25

Después de la nación, Ciudadela, 2024 

 

En el libro sostiene que la democracia española de 1978 se construyó dejando de lado la idea de nación. ¿Hasta qué punto cree que esta fue una decisión consciente de los constituyentes?

Una decisión de esa entidad no puede haber sido involuntaria, y tampoco puede tratarse de un lapsus. En la Constitución se soslaya sistemáticamente el concepto de nación y cuando aparece, como en el disparatado Artículo 2, se nos está indicando que los constituyentes no creían en lo que estaban formulando. Pero no sólo eran conscientes de lo que estaban haciendo. Es que estaban orgullosos de haber redactado una Constitución en la que la cuestión nacional quedaba apartada del primer plano. Es una Constitución conscientemente alejada de lo que se llama “identitario” -es decir, la nación, su naturaleza y su significado- y centrada en procedimientos.

Señala en su libro que la Constitución de 1978 dejó la nación en un segundo plano. ¿Cree que esto fue un sacrificio necesario para lograr la estabilidad política?

En aquellos años todo el mundo pensaba que el centralismo y la centralización eran algo aborrecible, casi satánico. Los constituyentes podían haber respondido a esos prejuicios con una descentralización de orden administrativo, no con la instauración del llamado “Estado autonómico” ni con el reconocimiento de las nacionalidades, que no son otra cosa que naciones en potencia. El “sacrificio” de la nación evitó más bien debatir qué concepto tenía cada uno de la nación española y profundizar en la posibilidad de llegar a un acuerdo entre los grandes partidos sobre lo que les unía y lo que nos une a todos. Había varios modelos, en particular la nación histórica de Cánovas, que es una síntesis entre una idea tradicional y otra contractual. Se descartó todo.

¿Cómo influyó la percepción de la nación en la élite política de la época? ¿Era un concepto que generaba rechazo debido a su vinculación con el franquismo?

En parte sí, pero aún más importante resultó el espíritu del tiempo. Los años 70 asisten a una profunda revolución política, social y cultural en la que se termina por evacuar cualquier noción de trascendencia, por así decirlo. Culminan los procesos de secularización, cambia la estructura familiar, las autoridades no sometidas a la razón y a la deliberación quedan desacreditadas… Todo cambió entonces, y la nación no iba a quedar al margen de aquella revolución. Así que la relación de los individuos con su país se relaja y la nación pierde el prestigio y la consideración que había tenido hasta entonces. Es un proceso propio de los países occidentales. En el nuestro se vino a sumar el descrédito del concepto de lo nacional que dejó como herencia la dictadura. Hubo voces que alertaron de la gravedad de lo que estaba ocurriendo, pero no se les escuchó o directamente fueron acalladas.

En otros países occidentales, la democracia y la nación han ido de la mano. ¿Por qué en España se optó por un modelo diferente?

Democracia y nación iban de la mano hasta que se separaron, en los años 70. España se distingue, no por el fondo del asunto, pero sí por su intensidad. Era el momento de construir un nuevo Estado y reelaborar una idea de la nación. Y lo que predominó en el proceso fue precisamente aquello que llevaba a poner entre paréntesis la cuestión de la nación. Como si las naciones estuvieran destinadas a desaparecer. Ha ocurrido al revés, claro está, y el concepto de nación está más vivo que nunca.

¿Cree que el Estado autonómico ha sido una solución viable para España o, por el contrario, ha debilitado la cohesión nacional?

El “Estado autonómico” ha sido una bendición para los partidos políticos, que se han consolidado gracias a él como gigantescas estructuras clientelares. También les ha salido caro, porque, como era de esperar, cada vez atraen a menos talento, hasta la casi insignificancia en la que se mueven hoy en día. En cuanto a la cohesión nacional, el Estado autonómico la ha ido desgastando. Para eso se creó. Impide la articulación de políticas nacionales frente a los nacionalismos, y se esfuerza por sustituir la lealtad a la nación por la promoción de identidades locales inventadas, que toman por modelo las políticas nacionalistas, como ocurre en el caso de la santa cruzada contra la lengua española. En nuestro país casi nadie se ha esforzado por entender y explicar que los nacionalistas son enemigos de la nación y que el único valladar contra ellos es la nación española.

¿Hasta qué punto la educación y los medios de comunicación han contribuido a la erosión del concepto de nación en España?

La educación y los medios de comunicación han seguido dócilmente una política que parecía coincidir con el espíritu del tiempo. Las cosas han empezado a cambiar recientemente, y sobre todo en los medios de comunicación se ve la aparición de otras opiniones y otras perspectivas que hasta ahora eran inconcebibles. El capitalismo en nuestro país sigue siendo débil y cobarde, siempre dependiente del poder público. Por eso hasta ahora no ha habido inversiones serias en esos nuevos planteamientos. En cualquier caso, ya han empezado a surgir. Hace falta más. Y hace falta también una política cultural nacional.

En su opinión, ¿qué riesgos tiene el hecho de haber construido una democracia sin una base nacional fuerte?

Más que riesgos, son realidades, las que conforman el panorama actual de nuestro país. Se creyó que al apartar la nación sería más fácil llegar a acuerdos entre todos y lo que ha ocurrido es lo contrario: si no hay interés nacional, ¿por qué va a haber diálogo entre las fuerzas políticas? La ausencia de lealtad nacional y de patriotismo llevan por otro lado a una sociedad débil, indefensa -y satisfecha de estarlo- ante el poder político. Una sociedad sin conciencia de sí misma, sin orgullo, con poca dignidad. Y sin nervio, ni ambición.

¿Se puede revertir el proceso de fragmentación nacional que describe en el libro? Si es así, ¿cómo podría lograrse?

No es tan imposible como se piensa. Bastaría que las fuerzas políticas no nacionalistas asumieran su dimensión y su papel nacional, y se sentaran a debatir qué nación queremos los españoles. Los nacionalismos siguen siendo muy minoritarios en el conjunto de España, y sólo la puesta entre paréntesis de la idea nacional -es decir, la Constitución de 1978- les otorga la fuerza que tienen. Si no se cambian las cosas es porque no se quiere, no porque no se pueda.

¿Qué papel cree que juega la monarquía en este contexto? ¿Es una institución suficientemente fuerte para mantener la unidad nacional?

En apariencia, la Corona es una institución débil y que los políticos han reducido a un carácter casi exclusivamente simbólico estos cincuenta años. Ahora bien, sin la Corona, en nuestro país, no se puede hacer nada. Es la institución nacional por excelencia, aquella que representa la nación porque su legitimidad viene de la historia y del pueblo. Sigue siendo la clave de la pervivencia de nuestra verdad nacional, y será la clave de una reconstrucción de la nación cuando llegue el momento.

¿Cómo se compara el caso español con otros países europeos que también han experimentado tensiones territoriales, como Reino Unido con Escocia Bélgica con Flandes?

Aparentemente, son casos parecidos y de hecho se ha querido normalizar la situación de nuestro país comparándola con otros procesos que han ido ocurriendo en algunos países europeos. Tienen poco que ver. Aquí la  puesta entre paréntesis de la nación es una decisión conscientemente adoptada en los años 70, y probablemente antes, en los 60, por las elites políticas, intelectuales y académicas. De hecho, a lo que asistimos no es a una derrota, sino al triunfo del modelo planteado en 1978. La España actual es la consecuencia de lo que entonces se pensó y se articuló. En el fondo, ha sido un éxito de quienes no querían creer en la nación.

¿Ha habido algún país que haya seguido un camino parecido al de España y que pueda servir de referencia para prever nuestro futuro?

Casi todos los países occidentales han conocido procesos de desnacionalización. Y en  todos ellos sufren una confusión gigantesca, similar a la que vivimos en España. Se quiso poner entre paréntesis la nación, pero la nación se niega a desaparecer y de hecho sigue presente: sin ella no se entiende nada de lo que nos ocurre ni de cómo funcionamos como comunidad política. Este proceso se ha cumplido hasta su pleno desarrollo y la situación es ya insostenible. La nación, y los nacionales, están volviendo por los derechos que son suyos en muchos países que soñaban con haber dejado atrás la idea de nación. Es lo que está ocurriendo en toda Europa. Nosotros tenemos un camino más largo y más accidentado que recorrer.

Si pudiera reescribir la Constitución de 1978, ¿qué cambios haría en relación con la cuestión nacional?

No es posible reformar la Constitución de 1978. Mientras siga vigente, continuará el proceso de disolución de la nación y seguirán prevaleciendo los nacionalismos sobre el interés nacional y la propia nación. En la llamada España constitucional caben autonomistas, regionalistas, nacionalistas, independentistas, terroristas más o menos integrados… Lo que no caben son los españoles. Y lo único que ha sido desterrado del espacio público es la bandera nacional y los símbolos nacionales. Por eso, a los que hoy tienen entre 25 y cuarenta y pocos años les va a tocar debatir, redactar y promulgar una nueva Constitución. La generación que viene tiene un gran papel por delante, si lo sabe entender y tiene la ambición y la energía necesarias.

¿Qué mensaje le gustaría que los lectores se llevaran al terminar de leer Después de la nación?

Mire, llevo mucho tiempo hablando de la nación española y del patriotismo. Lo que está ocurriendo se podía prever. Otra cosa es que no se haya querido verlo, ni comprenderlo, y que se haya preferido ignorar la realidad y hacer como que no estaba pasando lo que estaba ocurriendo a la vista de todos. Ahora estamos en una nueva situación. Ya no se puede seguir disimulando los hechos. Lo importante es comprender que la nación es la realidad política que sostiene la libertad de todos. Después de la nación es el resultado de todos estos años de reflexión, casi siempre solitaria y en el margen, y debería ser leído como una invitación a recuperar la idea nacional y plantear las cosas políticas de otro modo. También es una forma de dejar testimonio para el futuro. Dentro de un tiempo, todo esto que nos ha ocurrido resultará inconcebible.

El Adelantado de Segovia, 16-02-25

 

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