El nuevo compromiso norteamericano
Resulta difícil de imaginar que el acuerdo nuclear entre Irán y las cinco potencias tenga marcha atrás. Ni siquiera en el caso de que se convierta en un nuevo enfrentamiento de política interna norteamericana. Incluso si así fuera, la negociación ha debido de crear una dinámica propia de conversaciones y relaciones que de por sí ha generado una nueva realidad. Y esta realidad, aun sin haber cambiado por lo sustancial la relación entre Estados Unidos e Irán, sí que ha variado la posición de Irán en Oriente Medio. Irán ya era un actor de primera línea. Ahora se le reconoce la categoría de estrella, con una legitimidad nueva, además de todos los beneficios que obtiene de la liberación de sus fondos, el final del bloqueo para el comercio y la venta de materias primas.
Se podía pensar que esto, a su vez, crearía una dinámica nueva que la administración norteamericana aprovecharía para intensificar la supuesta gran estrategia de retirada de Oriente Medio. No es así. Más bien parece lo contrario, como ya anunciaron Kissinger y Schultz en un ensayo publicado en abril en el Wall Street Journal.
En cuanto a la política interna, la firma del acuerdo abre un debate que devuelve a Oriente Medio al centro de las preocupaciones de la opinión pública norteamericana. No es malo que sea así. Kori Schake ha argumentado en Foreign Policy, con buenas razones, que la revisión meticulosa del acuerdo por parte del Congreso y una posición articulada de los republicanos, también de los candidatos para las presidenciales, reforzará la posición de Estados Unidos, en vez de debilitarla. Entre otras cosas, aclarará a los aliados de Estados Unidos cuál puede ser la futura posición de una posible administración republicana.
Pero la vuelta de Oriente Medio al centro de la política norteamericana (si es que alguna vez se había ido) también tendrá que ir acompañada a partir de aquí de un compromiso redoblado de Estados Unidos en la zona. Obama ha conseguido el acuerdo que quería desde el principio, a costa de la credibilidad de su país en la región.
Por eso, lo esperable es que Estados Unidos refuerce su papel de gendarme en puntos estratégicos, como el Estrecho de Ormuz, y se vea comprometido en una mayor colaboración con los saudíes y el resto de los Estados del Golfo: una colaboración práctica en el día a día de las posibles intervenciones de estos Estados en los conflictos de la región.
Antes que nada, sería necesario restaurar las relaciones con Israel, deterioradas hasta un punto difícil de sostener con un país que es algo más que un aliado estratégico. Una de las formas de hacerlo será contribuyendo a que Israel no deje de tener una ventaja sobre los demás agentes.
Como fondo, está el cumplimiento de los derechos humanos en Irán, algo de lo que la administración norteamericana no puede desentenderse del todo si quiere mantener alguna credibilidad y, por si todo esto fuera poco, la imposible neutralidad de Estados Unidos ante las acción de los grupos terroristas apoyados por Irán, que a partir de ahora prevén, con razón, un incremento de las ayudas.
Para conseguir el acuerdo con irán, la administración Obama planteó desde el primer momento la disyuntiva entre diplomacia y violencia. Ahora que ha conseguido el acuerdo, tiene que demostrar que Estados Unidos sigue presente en la zona y que está dispuesto a recurrir a los medios necesarios para hacer cumplir lo logrado mediante la negociación. El idealismo de Obama va a llevar a su país –como era lógico, por otra parte- a explorar tanto o más que antes los rincones más repulsivos del realismo político. (Véanse los bombardeos turcos contra los kurdos.) Como se ha dicho, los norteamericanos se han puesto ellos mismos en la situación de recibir una petición: “Yankee come back”.
El Medio, 01-08-15