Estética vacacional

Las vacaciones son para descansar y relajarse… pero no sólo. Las vacaciones sirven también para ponerse al día en asuntos familiares y por eso, a veces, acaban tan mal. También hay quien las utiliza para las lecturas pendientes, para lanzarse a nuevas aventuras sentimentales, por así llamarlas, o, en la misma línea, para descubrir nuevas cosas, paisajes, ciudades, nuevos platos o nuevas playas.

 

Las vacaciones también son una manera de mostrar una elección estética, ideológica y vital. A pesar de lo espectacularmente divertido que es Benidorm, hay mucha gente que no se dejaría nunca ver por allí. Veranear en el Norte, en cambio, siempre ha sido signo de distinción, como bien sabe Alfonso Ussía, y hacerlo en Ibiza es casi una declaración de modernidad. También hay destinos ideologizados. La Costa del Sol, aparte de las muy populares Fuengirola y Torremolinos, es de señoritos, o de gente de derechas, mientras que la costa gaditana tiende a serlo de gente que quiere mostrar una cierta voluntad de arriesgarse por el lado alternativo del mundo, aunque sea en modo vacacional. Tarifa, entre el surf y la marihuana, es más neutra en lo ideológico, mientras que Almería, tan radical hace unos años, parece haber evolucionado hacia una alternativa socialdemócrata respetable y madura, poblada por nudistas entrados en años.

Si se relaciona, como lo haría un estadístico amante de los gráficos, la politización con la estética, seguramente comprobaríamos que cuanto más a la izquierda se sitúa la mentalidad de los sufridos vacacionistas –digámoslo así- más intensa es la reivindicación estética. Hay posicionamientos estéticos neutros en lo ideológico, claro está, y otros que tienden a mostrar más el grupo o la clase a la que se pertenece, sin entrar en disquisiciones políticas. En la izquierda, en cambio, parece haber un cultivo consciente de una cierta distinción, que equivale a una línea fina, pero muy marcada, entre lo hortera –es decir, los de derechas y el pueblo- y lo que es estéticamente aceptable. Gracias a esa frontera nos reconocemos unos a otros y sabemos a qué atenernos. Y los lugares donde se veranea demuestran sin lugar a dudas lo que uno es, mucho más allá de lo que se piensa o se opina. El buen gusto, decía una gran excéntrica inglesa, es el peor de los vicios. En este caso, el buen gusto es algo más, como el Barça. Es la forma suprema de exclusión sin la cual se sería poco, casi nada.

La Razón, 22-08-15