Rusia en Málaga
Uno de los grandes artistas rusos del siglo pasado, de los que casi nadie sabe nada, se llamó Pavel Filonov. Se dedicó a la pintura con una concentración absoluta. No cobraba a sus alumnos y no vendía sus cuadros para que su obra no se dispersara. Para no distraerse, se alimentaba de té, pan negro y zumo de arándanos. Murió de hambre en el asedio de Leningrado, en 1941. Aunque leal al socialismo, los comunistas no lo trataron bien y como no salió de Rusia, a diferencia de Malevich, Chagall o Kandinsky, su obra apenas fue conocida fuera del país. Se conserva casi íntegra en el Museo Ruso de San Petersburgo, dedicado, desde tiempos de Nicolás II, a la conservación y difusión del patrimonio artístico de la nación. Filonov es uno de sus grandes representantes, atormentado y alucinante.
Por primera vez se expone una amplia antología de su trabajo en la Europa occidental, y el acontecimiento tiene lugar en Málaga. Salir del abismo existencial de los cuadros de Filonov y encontrarse en plena luz malagueña resulta casi doloroso. Antes, se puede visitar la exposición que la precede, una selección de cien obras del propio Museo Ruso que recorre la historia de la pintura rusa desde algunos iconos del siglo XVI hasta los últimos coletazos del realismo socialista. Justo al lado, el mismo edificio (el de la antigua Tabacalera, por si alguien se anima) alberga un Museo automovilístico capaz de maravillar por igual a los conocedores, a los profanos y a los aficionados.
Una ciudad como Málaga, que hasta hace poco tiempo no tenía más museos que el dedicado a Picasso y la propia Catedral (en particular después de la sistemática destrucción de iglesias y conventos en los primeros meses de la Segunda República), reúne así una oferta cultural a la que se suman el Museo Thyssen-Bornemisza y el Centre Pompidou, de París. La ciudad complementa su atractivo turístico, tan considerable, y profundiza con inteligencia en la globalización. No es difícil imaginar, por ejemplo, que la presencia permanente del Museo Ruso en Málaga pudiera dar lugar a un centro de estudios universitarios sobre Rusia. Muchas veces los españoles, absortos en trivialidades, no nos damos cuenta de lo atractivo que resulta nuestro país para los extranjeros, del lugar estratégico que ocupa, ni de lo mucho que podríamos aprovechar las oportunidades que eso nos abre. La inteligencia y la sensibilidad de los malagueños es un ejemplo de excelencia.
La Razón, 29-08-15