El legado
En su momento, hace más de veinte años, José María Aznar consolidó el centro derecha político en nuestro país. El PP renovado era la representación de una amplísima coalición social que pudo encontrar la forma de expresarse, en el terreno político, gracias a un nuevo partido como no había habido ningún otro en la historia de España, con una tradición democrática demasiado breve. Después de Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre significó lo mismo en Madrid, una Comunidad Autónoma que parecía irremediablemente socialista pero que gracias a la estrategia de los dos consolidó soluciones y propuestas distintas.
Aznar y Aguirre también se esforzaron por promover la articulación de la nación política con la nación cultural e histórica. De haberse consolidado este proyecto, no volveríamos a caer, como estamos a punto de hacerlo ahora, en la tentación de convertir una crisis política en una crisis nacional. Es una vieja y antigua tradición regeneracionista que sacude otra vez nuestro país. Si tiene éxito, le va a impedir avanzar sobre lo ya creado. A cambio, procederemos a demoler lo ya conseguido para, en un ejercicio estúpido de irresponsabilidad, volver a ensayar una España nueva (que será la más vieja de todas las Españas imaginables, la de la intransigencia y el sectarismo).
Aunque ese proyecto no cuajara del todo, el legado de Aznar no puede ser tomado a la ligera. Ni por la sociedad española, ni por el Partido Popular… ni por él mismo. En su base está el patriotismo, la seguridad de que nuestro país contribuye decisivamente al sentido de la vida de cada uno.
Aznar y Aguirre son responsables, en buena medida, de que ese legado se transmita a los españoles de hoy, que no vivieron aquellos enfrentamientos épicos en su momento, ni tienen por qué repetirlos. Y una de las cosas que pueden hacer para conseguirlo es no participar en el debate público como actores políticos partidistas. Resulta complicado, sin duda. Hay una frivolidad tecnocrática monclovita que exaspera al más paciente. Además, los protagonistas se sienten comprometidos en la evolución de algo que ellos fundaron y que forma parte de su historia personal.
Todo esto es cierto, pero el legado es más importante que los intentos de seguir en primera línea. También políticamente: en la situación en la que está un ex presidente como Aznar –es decir, como lo están todas las grandes figuras de cualquier país- la voluntad de seguir interviniendo es contraproducente. Y contribuye a desvirtuar una obra que tiene sentido más allá de quienes la hicieron posible. Eso es la Historia.
La Razón, 09-10-15