Milán, capital de España
Cervantes pasó varios años en Italia y siempre la echó de menos. De Italia le gustaba todo, empezando por los macarrones. No es el único. La cultura italiana ejerció una profunda fascinación sobre los españoles de la época, que se apresuraron –quizás demasiado- a incorporar el nuevo estilo que venía de allí. La intensidad de la influencia se comprende mejor si se recuerda que los españoles anduvieron por Italia durante más de cuatro siglos, desde que los aragoneses llegaron a Sicilia en 1282 hasta la vuelta del rey Carlos III de España de su reino de Nápoles.
A diferencia de los españoles, tan olvidadizos de su propia historia, los italianos no han dejado nunca de recordar esa larga presencia. Tuvo sus inconvenientes, en particular para la unidad nacional italiana, aunque las Repúblicas y los Estados de Italia se los arreglaron ellos solos para postergar cualquier unión hasta bien entrado el siglo XIX. Es posible que entre otras ventajas tuviera la de evitar que Italia se convirtiera en una provincia del imperio turco.
En aquel complicado tablero, Milán siempre tuvo una importancia estratégica. Era la ciudad desde la que se controlaba el paso del norte al sur de Europa, la clave en las comunicaciones del Imperio y una de las plazas fuertes que permitía detener a Francia, aliada ocasional de los turcos. Milán no fue la capital del imperio español, un título que le corresponde a Madrid, pero hasta 1713 fue una de las ciudades clave de la Monarquía universal o católica, es decir, española.
Estos días el fútbol ha renovado estos lazos. A Milán se han desplazado decenas de miles de españoles. No diremos “como en los buenos tiempos”, aunque esta ocupación pacífica y amistosa da buena cuenta de lo melodramáticos que son algunos de los términos –“pobreza” o “crisis de emergencia”- con los que a veces se habla de la situación de nuestro país.
La presencia de dos equipos españoles en la final de la Champions refleja, por otro lado, algo de la situación relativa de nuestro país en la Unión Europea. Es de los que más crecen, de los más dinámicos, de los más abiertos y dispuestos a aprovechar las oportunidades de la globalización. Como en el caso de nuestra historia, los españoles no nos damos cuenta de hasta qué punto, desde fuera, se nos ha vuelto a contemplar como un ejemplo: de dinamismo, de voluntad reformista, de capacidad de renovación. En una Unión agarrotada por el miedo, la nostalgia y el inmovilismo, el Real Madrid y el Atlético encarnan esas ganas de salir a ganar.
Tampoco es irrelevante que los finalistas hayan sido dos equipos madrileños. Madrid fue escogida como capital del imperio español para estar por encima de localismos e intereses de campanario. De ahí la admiración que suscitó desde el principio una ciudad que no era más que corte: moderna por esencia y abierta por naturaleza a un horizonte global. También eso explica el rencor de todos los que saben la naturaleza del proyecto que Madrid representa. Y si por un tiempo pareció que Madrid estaba más cerca de Roma que de Milán, por la naturaleza política de la capital italiana, el nacionalismo ha contribuido a devolver a Madrid la capitalidad financiera y económica que en Italia corresponde a Milán.
Las dos ciudades representan bien sus propios países, y las dos son también, muy profundamente, ciudades centro europeas, aunque en Madrid el aire es más atlántico, menos mediterráneo que en Milán. Con tantas afinidades, resulta natural que Milán se haya convertido por unos días en la capital de nuestro país.
La Razón, 28-05-16