Benedicto XVI en Ratisbona
Manuel II, conocido como “Paleólogo”, fue, además de emperador de Bizancio, un sofisticado hombre de letras. Entre sus obras figura una serie de controversias, de la que la séptima relata la que tuvo lugar en torno a 1390, en lo que hoy llamamos Ankara, entre él mismo y un persa musulmán. El debate intenta establecer cuál de las religiones –la Ley de Moisés, la de Jesús y la de Mahoma, es decir, el judaísmo, el cristianismo y el islam- merece la primacía. Y para iniciarlo, el emperador Manuel se centra en el argumento fundamental. “No actuar según la razón – afirma el emperador- es contario a la naturaleza de Dios”.
Benedicto XVI citó este texto en un discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona en septiembre de 2006. Lo hizo como introducción a una reflexión académica, pero también humanística, acerca de uno de los temas que más le interesó a lo largo de su vida, como es la relación entre fe y razón. Lo había tratado en el arranque de su vida académica, al argumentar en contra de la escisión entre el Dios de la fe (el Dios vivo) y el Dios de los filósofos (el Dios vacío y rígido). Casi medio siglo después recordaba sus primeros pasos como profesor universitario y, reivindicando la presencia de los estudios de Teología en la Universidad, volvía a plantear el asunto desde una perspectiva desarrollada ampliamente entre tanto.
Con su estilo preciso, lógico y elegante –último testigo de la cortesía de la vieja Europa-, defendió lo que llamaba la vertiente griega del cristianismo, la reunión de Atenas con Jerusalén, tan patente en San Pablo y en San Juan, pero también en la tradición judía de las Sagradas Escrituras. Así es como va evocando los intentos de “deshelenización” del cristianismo y las consecuencias que se derivan de esta. La ciencia, concentrada en una forma de conocimiento que sintetiza la matemática y la experiencia empírica, se considera ajena a la religión y a la moral. Y si la ciencia es ajena a la cuestión de Dios (y al significado de la existencia) Dios queda encerrado en el orden de lo subjetivo.
El Dios que se dibuja así, propio de una modernidad que deja de plantearse las cuestiones de fondo acerca del ser humano, es decir del sentido de la razón –el Logos de San Juan-, no está lejos, sugiere el texto, del Dios del islam, al que Benedicto XVI dedicó tres párrafos al principio de su discurso en Ratisbona. Se trata de un Dios, afirma Benedicto XVI, absolutamente trascendente, imposible de conocer, ajeno incluso a las categorías de verdad y de razón que son las propias del ser humano.
Y es en este punto, al principio de su discurso, donde Benedicto XVI citó otra frase de la controversia protagonizada por el emperador Manuel II en la que saca las conclusiones de este razonamiento: “Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”. La frase suscitó una auténtica tempestad en todo el mundo, en particular en el islam. Iba pronunciada, además, un 12 de septiembre, al día siguiente del quinto aniversario de los ataques terroristas de Nueva York y Washington. Al publicar el texto el propio Benedicto XVI añadió varias notas aclaratorias y luego, en unas palabras pronunciadas pocos días después en Castelgandolfo, volvió a aclarar el asunto.
Obviamente, Benedicto XVI no había emitido un juicio crítico acerca del islam, ni la frase del emperador recoge su pensamiento. La reflexión, sin embargo, hecha en un momento muy particular y situada en una reflexión que fue uno de los ejes de toda la vida del Papa, no podía ser pasada por alto ni resultaba marginal con respecto al fondo. Y tanto o más que una anécdota erudita, resultaba uno de los puntos cruciales del discurso, que todo el resto contribuía a iluminar desde la reflexión sobre la relación entre la fe y la razón.
Entre las sugerencias que así quedaban planteadas está el diálogo interreligioso –otro asunto relevante en la trayectoria de Benedicto XVI-, al que siempre exigió que fuera más allá de las emociones y las simplificaciones para adentrarse en la exposición de argumentos racionales. De ahí se deducía otra pregunta, que iba al corazón mismo del islam, sin pretender dar ninguna lección ni trazar ningún camino, pero que el cristianismo plantea sin remedio: y es el de cómo las religiones, y en particular las religiones monoteístas- se han de enfrentar, cada una a su manera, al hecho de un mundo regido por la razón, sin que eso conduzca ni a la desacralización de ese mundo (la modernidad) ni a la afirmación de un Dios imposible de conocer, de tan radicalmente ajeno al ser humano como parece ser el Dios de la religión musulmana.
En el fondo, Benedicto XVI también planteaba una reflexión acerca del vacío de un mundo sin Dios, o con un Dios ajeno a nuestra comprensión. Por muy alusivo que se hubiera mostrado Benedicto XVI, por muy socrática que fuera la reflexión, hecha más de interrogaciones que de afirmaciones tajantes, la sugerencia resultó escandalosa. Y no parece que haya dejado de serlo.