Dios existe

El salmo 14 empieza así: “Piensa el necio: No hay Dios”. Los necios, sigue diciendo, se corrompen cometiendo execraciones. De lo que se deduce que la creencia en Dios (el salmo utiliza el término genérico correspondiente a Dios, no un nombre propio) es la base de cualquier justicia. Después de los ataques a la dignidad y a los derechos humanos protagonizados por los nihilismos totalitarios del siglo XX, obsesivamente antirreligiosos, conviene recordar esta constatación realizada hace por lo menos 25 siglos.

 

Si volvemos al primer verso, lo esencial viene a ser la afirmación de que Dios no es una entidad ajena a la razón, condenada a la delicuescencia sentimental y a la intuición irracional. Al revés, es la razón la que lleva al conocimiento de Dios. Tal vez haya quien circunscriba esta observación al mundo de los judíos, gente discutidora y empeñada en fundamentar en la razón cualquier afirmación y cualquier actitud. Está bien, pero eso mismo no tendría sentido si no se hubiera realizado un gesto previo, de alcance universal, en el que se expresa la confianza en la razón para alcanzar el conocimiento de una realidad creada por Dios según leyes asequibles a quienes son –o somos- seres racionales. En resumen, la reflexión del salmo 14 invita a creer en Dios porque confía en el poder de la razón.

Hace poco tiempo se ha publicado en nuestro país un libro titulado Dios existe (Editorial Trotta), que se toma en serio esta afirmación. Su autor, Antony Flew, fallecido en 2010, fue un filósofo académico británico que dedicó buena parte de su vida a refutar la existencia de Dios. Tan en serio se tomó la discusión, que en 2004 anunció un cambio de perspectiva. Los argumentos racionales en los que llevaba profundizando toda la vida le habían convencido de que la realidad requiere, para ser entendida, la hipótesis de la existencia de Dios. Aquello supuso una gran polémica en la opinión pública anglosajona, polémica de la que llegaron ecos muy apagados a España, donde este tipo de discusiones (excepto si respaldan posiciones agnósticas o ateas) no suscitan interés. No es una obra fácil de leer, pero la argumentación abstracta va acompañada de una autobiografía que va más allá de lo académico y en la que el autor relata esta conversión, llamémosla así, con claridad y honradez, además de humor. También se incluye un texto acerca de por qué, en esta perspectiva que afirma racionalmente la existencia de Dios, el cristianismo merece una especial atención. Un buen libro.

La Razón, 29-03-13