El Papa y la libertad de expresión
Estos días hemos podido ver en las pantallas españolas la película que Andrzej Wajda, de casi noventa años, le ha dedicado a Lech Walesa, una declaración de amor al líder sindical… y al pueblo polaco. En una escena memorable, un compañero alude delante del protagonista a una nueva encíclica de Juan Pablo II, y Walesa responde, con la cazurrería y la sorna típicas de un gran creyente, que no le hace falta leerla porque él siempre está de acuerdo con lo que dice el Papa.
Resulta un poco pretencioso, sobre todo porque no lo pienso cumplir del todo, pero yo, la verdad, me atrevo a decir lo mismo, en particular acerca de lo que ha dicho el Papa Francisco sobre la libertad de expresión. La libertad de expresión es un derecho básico, y de las palabras del Papa es imposible deducir que tenga la más remota intención de ponerlo en duda. Más aún, el Papa Francisco piensa ejercerlo –algo nada fácil para quien ocupa su posición- y lo demuestra cuando, acto seguido, habla de la necesidad de respetar el hecho religioso.
Podía haber ido más lejos, y sugerir que uno de los fundamentos de la libertad de expresión es precisamente la libertad religiosa. No hay libertad –de ninguna clase- allí donde falla la libertad de las personas para creer y para manifestar públicamente su fe. Por eso el ataque a las religiones debe ser tan cuidadosamente medido. Las religiones y las instituciones religiosas están sometidas, como es natural, al escrutinio de la ley, de la ciencia y de la opinión. Y no hay ninguna necesidad –ni posibilidad, de hecho- de regular como falta o delito la blasfemia. Ahora bien, así como tenemos la obligación de tolerar esa clase de comportamientos, también debemos saber que demuestran falta de respeto por algo que para muchos seres humanos es lo más importante de todo, aquello que da sentido a su vida y al mundo en el que viven. Y debemos saber, además, que esos ataques pueden ser entendidos como un ataque directo contra la libertad: contra la libertad religiosa y contra todas las libertades que vienen tras ella.
En la naturaleza de los seres humanos está no poder decirlo todo. Sería curioso que acabáramos viviendo en una sociedad en la que lo más intocable, lo sagrado, fuera lo que se puede interpretar como un ataque a las religiones. Resulta dudoso que eso sea la medida de lo bueno, de lo justo… y de la libertad.
La Razón, 17-01-15