Bauman. El cerebro fundido
A Zygmunt Bauman se le recordará, tal vez, por una metáfora, aquella que definió nuestras sociedades como sociedades líquidas. No era muy original, entre otras cosas porque ya Marx y su amigo Engels habían afirmado que todo lo sólido se va desvaneciendo en el aire. Ahora bien, se ve que la imagen de lo acuático tiene un tirón irresistible para los intelectuales y escritores que se viven a sí mismos como postmodernos. En este ramo, Bauman fue ejemplar.
Educado en el comunismo, el desencanto, le condujo a una crítica radical de la modernidad. La modernidad llevaba en su seno, según Bauman, un núcleo patológico. Efectivamente, las sociedades modernas –las comunistas y las liberales, que compartían mecanismos de organización burocrática similares- fueron incapaces de alcanzar un equilibrio entre seguridad y libertad. Nunca resolvieron los miedos que suscitaban. El Holocausto le parece así un fenómeno característicamente moderno y la razón, en el fondo, algo al menos potencialmente totalitario.
El final del siglo XX, con la caída del Muro de Berlín y la globalización, le llevó a la reflexión sobre la naturaleza de lo postmoderno, que luego llamó “líquido”. Tampoco aquí encontró Bauman la emancipación que otros llegaron a imaginar. Y es que todo lo que de sólido había sobrevivido a la modernidad se funde ahora y se licúa, de tal modo que los individuos, más autónomos que nunca, se ven en la obligación de enfrentarse a la construcción de su propia identidad. Es como si la postmodernidad, liberada de la modernidad, hubiera “privatizado” los miedos de esta y nos sumergiera en un modo de vida atomizado como nunca lo soñaron los modernos, y por lo mismo imposible de fijar, siempre cambiante y en continua metamorfosis. De ahí lo de la vida líquida.
Bauman, como muchos de los sociólogos e intelectuales que se esforzaron por definir la novedad del tiempo en el que vivían, adoraba las metáforas. También habló del Estado jardinero y del Gran Hermano, es decir los “reality shows”, como maneras de hacer comprensible una realidad que se le escapaba. En realidad, le servían para tratar de entenderse a sí mismo. También resulta muy típico de una generación que nunca acabó de deshacerse del todo del marxismo. Tras el fracaso de este sólo quedaban ruinas y desechos (tituló un ensayo Vidas desperdiciadas). Como es natural, le gustaba, o creía que le gustaba, la literatura.
La Razón, 10-01-17