Noé entre tres religiones
La historia de Noé y el diluvio universal era para mucha gente, por lo menos antes de la película de Darren Aronofsky, una historia relativamente sencilla en la que el protagonista está encargado por mandato divino de salvar a su familia y los animales de la Creación. Con el diluvio empezaba un mundo nuevo, rescatado –más o menos- del Mal.
Bastaba echarle una ojeada al texto de Génesis 6-9 para darse cuenta de que la cosa es más complicada. El relato del diluvio y de la salvación de Noé es una historia de horror y de destrucción que no culmina con la restauración de un mundo bueno, sino que conduce a otro en el que los seres humanos se enfrentan de otro modo a los mismos dilemas morales. Eso sí, tras el diluvio el Señor toma una decisión: no volverá a destruir Su Creación a causa del mal cometido por los seres humanos. El símbolo de esta promesa –la primera Alianza, previa a la sellada con Abraham- es el arco iris: “Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes” (Génesis, 9, 14-15).
Con el majestuoso discurso del Señor, ante el que al principio Noé se muestra escéptico, quedan instituidas las estaciones y la justicia: el orden rige a partir de ahí el universo. Y de ese orden es guardián el ser humano. El Señor se reserva la vida, mediante la prohibición que a partir de ahí pesa sobre la sangre. (Nada de todo esto se explica en la película.)
En el cristianismo, el paso a este mundo nuevo en el que Dios ha dejado de ser una amenaza incomprensible y se ha convertido en la personificación de la Ley (para luego culminar en el Dios del amor y del perdón) se produce gracias a Noé. Noé es, efectivamente, el hombre justo que cumple con el terrible mandato que le ha sido encomendado y que le lleva a acatar la destrucción del mundo y de la humanidad.
En muchas tradiciones cristianas, Noé se esfuerza –incluso utilizando el arca en construcción como una especie de púlpito- por que los seres humanos, sus hermanos, cambien de conducta y eviten el inminente castigo. No lo consigue, pero su salvación, la de su familia y la de los animales de la Creación no significa que Noé se sintiera ajeno al espanto que estaba ocurriendo a su alrededor. Al contrario, Noé es antecesor de la figura de Cristo redentor, y el Arca simbolizará la Iglesia, la comunidad de los creyentes, porque fuera de la fe no hay (o no había) salvación.
La película de Darren Aronofsky sobre Noé ha suscitado críticas que consideran que ataca al cristianismo, así como algunas defensas apasionadas por parte de personas próximas al judaísmo. Efectivamente, la película se aleja de la visión cristiana acerca de la santidad de Noé (conviene recordar que santidad no quiere decir perfección), para acercarse a algunas fuentes judías, apócrifas o adaptadas de la literatura midráshica.
Lo hace, en primer lugar, para rellenar varios de los huecos que la narración bíblica deja abiertos. Como el Génesis no cuenta, por ejemplo, cómo Noé y sus tres hijos construyeron el Arca, Aronofsky y su guionista recurren al enigmático pasaje, probablemente arcaico, con el que se abre la narración del diluvio y en el que se habla de los hijos de los hijos de Dios y de las hijas de los hombres, que habitaban la tierra de los gigantes (Gen 6,1-4). Serán estos Vigilantes, primos de los Transformers, los que harán el grueso del trabajo.
En otros casos, el director añade elementos narrativos sacados de leyendas apócrifas, como el viaje de Noé y su familia a pedir consejo a Matusalén. Este viaje está inspirado del supuesto viaje que hizo Matusalén, abuelo de Noé, hasta el fin del mundo (por instigación de Lamec, hijo suyo y padre de Noé) para consultar a Enoc, quien le predice el diluvio. (Del Libro de Enoc, como las figuras de los Vigilantes.)
El punto más profundamente judío de la visión de la película es el que atañe al personaje de Noé. Ya desde antiguo, los comentaristas de la Torah se preguntaron por qué se dice en el texto que Noé es justo, siendo así que no se relata ninguna acción de Noé que corrobore esta afirmación. Además, el texto especifica que “Noé era un hombre justo e íntegro entre sus contemporáneos” (Gen 6,9), lo que sugiere que Noé no alcanzó la perfección moral de los profetas posteriores, como Moisés o Abraham, que se enfrenta a una situación parecida a la Noé de forma muy distinta (Gen 18,16-33).
Como al director Darren Aronofsky le interesan los personajes obsesivos y atormentados, debió de encontrar en esta pregunta acerca de la bondad de Noé la puerta para su propia interpretación. En la película, Noé interpreta el mandato divino como una condena de todo el género humano, incluido él mismo y su familia. El Señor los está utilizando como un medio para salvar a los únicos inocentes, que son los animales de la Creación. Noé está convencido de que una vez pasado el diluvio, él y su familia están condenados a ser los últimos seres humanos.
Para justificar esta interpretación, el guión tiene que forzar el texto y el significado del Génesis, que precisa por tres veces que en el Arca se refugiaron Noé, su mujer y sus tres hijos con las mujeres de estos (Gen 7,7; 7,13 y 8,18). En el Noé de Aronofsky (entre otras cosas, para evitar que el protagonista esté a punto de convertirse en un asesino en serie), sólo uno de los hijos tiene esposa, aunque Noé se crea obligado a matar a las dos hijas (ocurrencia digna de algún talmudista con retranca) de la pareja. No lo hace y así demuestra que ha dejado de ser un fanático. El diluvio habrá servido para algo. Como se ha señalado, hemos entrado en un mundo nuevo. Los seres humanos no alcanzarán la justicia, o la bondad, obedeciendo a un mandato trascendente, sino adecuando la propia conducta a unos criterios morales complejos que ellos mismos deben definir a cada instante.
Es probable que no fuera necesario retorcer tanto la historia para explorar los dilemas a los que se enfrenta Noé. El cine, eso sí, tiene sus reglas y sus propias necesidades. Por otra parte, la evolución moral de Noé responde bien a la decisión del Señor –en cierto sentido, también una evolución moral- de no volver a destruir la Creación. De la meditación del Señor en Gen 8 21-22, se deduce que ha comprendido que no vale la pena volver a intentar la obra de destrucción a causa del ser humano, “porque –piensa ahora el Señor- la tendencia del ser humano es mala desde la juventud”. Esta particular relación entre Dios y Su criatura es, efectivamente, profundamente judía.
Por último, vale la pena recordar que también el islam concede gran importancia a Noé, a quien considera uno de los principales profetas. Va citado en múltiples ocasiones en el Corán, se relata el mito en la Sura 11 y Noé da incluso nombre a la Sura 71. En las tradiciones musulmanas también hay algunas hermosas reflexiones acerca del conflicto moral que afronta Noé. Una de ellas relata que la madera con la que se construyó el Arca procede de un árbol que Noé cuidó por mandato divino. El árbol tardó veinte años en crecer y durante este tiempo no nació ningún niño: así que ningún inocente pereció en el diluvio.
[Para este texto, me he basado en el libro de J. P. Lewis A Study of the Interpretation of Noah and the Flood in Jewish and Christian Literature (1978), así como en los comentarios de Luis Alonso Schökel y Robert Alter en sus respectivas traducciones del Libro del Génesis. También he consultado el artículo Noé de la Jewish Encyclopedia y el artículo Noé de la Jewish Virtual Library.]
El Medio, 14-04-14