Acción de gracias. José Jiménez Lozano, «Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda (1325-1405)»
Del capítulo «Literatura», de Diez razones para amar España.
Discutir con Dios es una tradición y una práctica judías, bien documentada en las Sagradas Escrituras. En el Génesis, Abraham –que antes ha dudado del anuncio divino acerca de su descendencia- debate con el Señor el castigo de Sodoma y Gomorra. En un coloquio en el que se escucha el eco del regateo practicado en los mercados de todo Oriente Medio, consigue que Dios rectifique su plan sobre la destrucción de las dos ciudades. En vez de requerir 50 justos, bastará con diez para salvarlas. Moisés, que se ha mostrado reticente ante el encargo divino de liderar el pueblo judío, se empeña luego en salvar a este de la ira del Señor. Jonás, al que Jiménez Lozano dedicó un gran relato, es el que más lejos llega en esta forma de relacionarse con Dios, nunca exenta del todo de humor. (En el Nuevo Testamento queda rastro de esta disposición a la discusión con Dios en la sorpresa un poco escéptica de María ante el anuncio del Señor y en las reflexiones de Jesús durante la oración en el Monte de los Olivos.)
La situación cambia con el Libro de Job. Hasta ahí el debate se desarrollaba en términos de buena fe y comprensión mutua. Los dos interlocutores están dispuestos a cambiar de parecer y de conducta si el otro les convence. De lo que se trata, David. A. Frank, no es de descubrir una verdad general, sino de justicia, la tsedek judía. La lógica de la argumentación se dirige siempre a demostrar que las posiciones respectivas se atienen a la tsedek, que es lo que une al ser humano con Dios.
Con Job, en cambio, Dios mostrará un rostro muy distinto. Cuando Job le pida explicaciones sobre por qué han caído sobre él tantas desdichas inmerecidas, el Señor recurre a la exhibición de su poder y al prodigio de sus creaciones, en particular al cocodrilo y el hipopótamo, de los que se muestra particularmente orgulloso. (Causarán la burla de Satanás en un segundo libro de Job, apócrifo, evocado por Ben Yehuda en el libro de Jiménez Lozano.) Job cede, pero sin aceptar una culpa que no ha cometido. El Señor devuelve a Job la salud, la familia y sus bienes, multiplicados. Y a partir de ahí, vencido por su propia criatura, se callará.
Este es el trasfondo de las Parábolas y circunloquios de Rabí Ben Yehuda (1325-1402), que José Jiménez Lozano publicó en 1985. Es un libro breve, compuesto de 17 capítulos precedidos de una nota biográfica que sugiere una relación entre Franz Kafka y la crónica de la vida de Ben Yehuda. Van seguidos de una Nota final con el epitafio que los discípulos dedicaron a su maestro.
Según esto, Ben Yehuda nació en Évora, Portugal, en 1325. Le tocó por tanto asistir a la explosión antisemita de la segunda mitad del siglo XI, cuando, a partir de un terrible pogromo en Sevilla, las matanzas y los saqueos se extendieron por toda España. Desde su nacimiento, Ben Yehuda está marcado por la elección misteriosa del Señor. Dios ha repetido con él el milagro que concedió a Sara y a Abraham, haciéndoles padres de un hijo cuando ya estaban en la vejez. La primera escena a la que asiste el lector, sin embargo, es la de la humillación violenta del niño y de su padre un Viernes Santo, a manos de unos cristianos fanatizados. Será enviado fuera para evitarle la persecución y propiciar el olvido de Dios. El propio Ben Yehuda se hace buhonero, un nómada que huye del destino y durante siete años se dejará llevar por la felicidad que propicia el ateísmo. Entonces tropezará con una compañía de titiriteros que recuerda, como citando un estudio de Jimenez Lozano sobre los cementerios sagrados y civiles en la historia de España, que ellos también están excomulgados y poco tienen que ver con un Dios del que se han apropiado los curas.
Ocurre, sin embargo, que el ateísmo también es una invención de Dios, el mismo Dios impotente y humillado que deja al mal atacar a sus criaturas. Eso es lo que hizo con Job, como si pretendiera que esas mismas criaturas se alejen de Él y lo sepulten en el olvido. Según Ben Yehuda, así se lo dijo el Señor a Samuel Abravanel, sin duda de la estirpe ilustre de los Abravanel españoles, que dio al mundo a León Hebreo, autor de los muy influyentes Diálogos de amor. Los seres humanos tienen por tanto que empeñarse en el rescate de Dios. Así serán leales a la auténtica relación del Señor con ellos: no la paz, sino el combate, como el que mantuvo Jacob con el ángel durante toda una noche. En su recuerdo Jacob fue llamado Israel, “el que lucha con Dios”.(…)
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