Elogio de España
España no es un proyecto ilusionante o no ilusionante, ni un sentimiento, ni una emoción. Habrá quien se sienta español y quien no. Y habrá quien se emocione con la idea de ser español y quien no se emocione en absoluto. Lo que cuenta es que se es español o no, según se tenga o no la nacionalidad o la ciudadanía españolas, con independencia de las emociones, los sentimientos y las ilusiones.
La realidad jurídica y política no viene sola, eso sí. Se sustenta en una historia en la que han participado millones de personas y en la que se han alcanzado momentos muy altos de generosidad, humanidad y belleza. También se han cometido atrocidades y mezquindades sin cuento. Los responsables de esos hechos tienen nombre. Son nuestros compatriotas y la realidad sobre la que levantamos nuestras vidas en el presente ha sido obra suya, por mucho que, como es natural, no todo nos guste. Lo que no podemos hacer es empeñarnos en cambiar el pasado.
Así que está la deuda que tenemos en multitud de cosas: las ciudades, las lenguas, el paisaje, también la seguridad, la sanidad, la enseñanza, las pensiones o el seguro de desempleo… por decir sólo unas cuantas. (Es bueno hacer el recuento de todo lo que en nuestra vida nos ha sido legado por quienes nos han precedido aquí.)
También está el sentido que eso imprime a nuestra vida. No la determina, claro está, pero la hace posible y le acaba dando un significado que no depende del todo de nuestra voluntad y por eso mismo es más valioso aún, más serio, e incita a una responsabilidad mayor. España. Estar a la altura de lo que le debemos.