Go Pokémon

Básicamente, Pokémon Go es un juego. Como cualquier otro juego nos invita a poner entre paréntesis la vida real. Entramos en un mundo organizado por reglas absurdas que permiten, por eso mismo, un rato de diversión. En lo básico, Pokémon Go no es diferente del fútbol, del ajedrez, del dominó, el mus o el go, por no hablar de los juegos de estrategia y la play.

 

Lo distintivo es su toque postmoderno. El jugador está solo, aunque en cualquier momento puede competir con otros jugadores y también puede formar un equipo. Es al mismo tiempo individualista y gregario, como han empezado a demostrar las concentraciones de jugadores en algunos parques. Hasta ahora, la competencia es amable –la caza no siempre lo es- y tal vez incentive el amor.  A lo mejor tenemos pronto una nueva generación de niños surgidos de la chispa pokemon, con nombres exóticos que recordarán cierto momento sublime.

Como es una forma nueva de persecución, invita al movimiento y disfruta por tanto de una coartada deportiva, indispensable en los tiempos que corren. Incluso le rodea cierto prestigio cultural o didáctico, porque a los pokemon les gustan, al parecer, los museos, los recintos con caché histórico o estético. Y a diferencia de la caza de verdad, no hay víctimas ni tragedia.

Todo esto es un poco absurdo porque a ningún juego le ha hecho nunca falta un motivo que no sea el de jugar. Aun así, Pokémon Go tiene otro, que es el de acostumbrarnos a vivir en la realidad aumentada. Sobre la realidad real, por así decirlo, se superpone otra virtual que suministra más información, nuevas perspectivas, formas distintas de actuar.

Esto resulta un poco peligroso, como también se ha empezado a ver con los consejos que se dan a los adultos en vías de infantilización super rápida. La postmodernidad, en cualquier caso, tiene la ventaja de que algunos cambios llegan de forma amable, lúdica, casi sin darnos cuenta de aquello en lo que acabamos de empezar a vivir.