Rafael Cidoncha
Rafael Cidoncha está exponiendo estos días en la Galería Marlborough de Madrid, y uno de los cuadros presenta lo que se podría llamar una naturaleza muerta, un género muy querido del pintor. Es de construcción clásica: fondo uniforme, sin especificaciones espaciales, un soporte en primer plano, muy próximo al espectador, iluminación fuerte y algunos elementos colocados encima, con cierta sensación de trampantojo. Sin embargo, los elementos colocados encima de la mesa no son frutos ni flores. Son piedras, rocas esculturales o gongshi de las que coleccionaban los letrados y los connoisseurs chinos por la textura, las perforaciones, el color e incluso la resonancia. La naturaleza imitaba al arte, o lo producía, a veces con algo de ayuda por parte de os seres humanos. El cuadro se titula, muy apropiadamente, Paisaje chino y evoca lo que es arte por serlo naturalmente, es decir de la forma más artificial posible.
Este juego entre la cultura y la naturaleza viene de lejos en la pintura de Rafael Cidoncha. Continúa en esa exposición, con cuadros como el brillante La comedia del arte, aunque ahora parece prevalecer otro motivo, que no deja de tener relación con él, en particular con el de la naturaleza muerta, como es el del paso del tiempo. En otro cuadro de evocación oriental, cuatro pececillos parecen jugar en un estanque de aguas verdes. Van vistos desde arriba, tal vez como Zhuangzi y un amigo suyo, tambén filósofo, del ramo de los lógicos, contemplaron a otros peces de los que el primer afirmó que eran felices, lo que llenó de perplejidad a su compañero. El cuadro se titula Instante.
Y ese instante perfecto, casi una epifanía, aparece plasmado también en Presente eterno, con el desdoblamiento entre el personaje y su sombra, o en la magnífica Conversación, un momento de una charla entre amigos en una cafetería. El tiempo está aquí encalmado y tranquilo, pero aparece a punto de explotar en Segundos antes, un cuadro en el que la contemplación minuciosa y analítica se va a disparar en una explosión de energía sin límites.
Así es cómo va apareciendo otro motivo, que es el del tiempo histórico –el tiempo con sentido- plasmado en el sorprendente y muy humano Cardenal, en el precioso bronce dorado titulado Caballo y en el enigmático y fragmentario La historia posible, también en bronce (sin dorar) que sugiere la huella trágica que el ser humano deja en un tiempo que no está a su alcance dejar de crear.
No me gustaría terminar sin referirme a otro motivo propio de Rafael Cidoncha, tratado en esta exposición con la elegancia que le es propia. Aparece en un cuadro que retrata a un hombre joven, tendido al sol en una playa, mientras lee un libro. Se titula, con cierto humor, Bañista. El bañista aparece abstraído y concentrado, y resulta estimulante situarlo, un poco antes o tal vez más tarde, en el gabinete que retrata otro de los cuadros de esta suntuosa exposición y que guarda, entre retratos de personajes muy queridos de Cidoncha, el corazón de Voltaire en un precioso túmulo dieciochesco.