Votar
A veces votar es como ir al dentista. Sabemos que hay que ir, pero nos resistimos y no porque la experiencia vaya a ser particularmente dolorosa (votar no lo es, más bien al contrario), sino por pereza, casi por dejadez.
La cosa es aún más sorprendente en las actuales circunstancias, cuando todos los partidos que tienen alguna posibilidad de influir después del 26-J se empeñan en decir que estas son las elecciones más históricas de la democracia española desde aquellas, ya un poco lejanas, que la fundaron. Somos muchos los que hemos visto ya bastantes elecciones históricas, de esas en las que se juega el futuro de nuestro país o -al menos- el de nuestros hijos o el de nuestros nietos…
Lo sorprendente es que dado el carácter excepcionalmente histórico de estas elecciones, ningún partido, salvo aquel al que algunos de los demás acusan de querer demoler el sistema, se esfuerza por presentar algo más que una línea defensiva, de advertencia ante lo que viene.
No vamos a pedir grandes proyectos “ilusionantes”, como se suele decir –revelando muy bien lo que de “ilusionante” tiene la ilusión. Ahora bien, a lo mejor se trataba de explicar por qué el proyecto de una España unida y democrática en una Monarquía parlamentaria y con una economía liberal y de mercado resultaba atractiva, y cuáles eran los matices que cada uno aportaba en ese proyecto común.
De todo eso, ha habido muy poco. El sistema, por así decirlo, está al pairo, sin defensores, aunque lo único que argumentan quienes deberían haberlo sido es su supervivencia. La sensación que queda es que lo que está en juego es la suya, no la del común de los españoles.
Frente al alarmismo más o menos histórico, está la seguridad de que van a ser los votantes del proyecto alternativo los que más caro van a pagar su entusiasmo. El espectáculo va a ser digno de verse y parece que hay gente dispuesta a pagar el precio. También es verdad que España, en particular la España constitucional y democrática, vale más que los partidos que la defienden con tanta tibieza o con tanta mala fe. Queda un rescoldo de patriotismo que incita a acudir al colegio electoral. Lecciones, en realidad, se pueden dar de muchas maneras. Que se aprendan, ya es otra cosa.