Fantasía española
En estos días de melodrama y ansiedad, nuestro país ha vuelto a ser lo que fue largo tiempo. Un país en el que resulta fácil acabar con las libertades, algo inquisitorial todavía y donde las costumbres políticas siguen imbuidas de autoritarismo. Al mismo tiempo, España vuelve a ser también el país de todas las libertades, un espacio poético donde cualquier cosa es posible y en el que cualquier revolución, incluso la más desmelenada y utópica, puede llegar a realizarse.
La primera imagen, que debía haberse agotado después de la Transición, la Constitución del 78, el ingreso en la UE y la alternancia política, ha sobrevivido por el empeño de la izquierda de considerarse a sí misma como titular única del marchamo democrático… con la aquiescencia de la derecha, al menos en lo cultural, que es lo único que cuenta. El PSOE mantuvo este monopolio durante mucho tiempo. La llegada de Podemos demostró la decadencia del motivo. Algún acorde de la antigua obsesión se escuchó cuando los tiempos, recientes, de la “vieja política”. Pues bien, el pacto PP-PSOE y Ciudadanos, si dura, habrá acabado con él. Franco quedará amortizado a efectos políticos. Por fin.
En cuanto a la segunda imagen –el país donde todo es posible, con capital en Barcelona, como es natural- se derrumba en cuanto se viene abajo la primera. La promesa utópica no resiste el final de la fantasía inquisitorial. La espita, que había permanecido abierta en Cataluña gracias a la pulsión nacionalista, se cierra. Agotado el símbolo represor, España se convierte en un país donde se cumplen las leyes y donde la imaginación se ejerce en los ámbitos que son los suyos, no en aquellos que afectan a la convivencia o a la sustancia misma de la nación.
Bien es verdad que, agotadas las grandes fantasías, no sólo vuelve la realidad. También toman el relevo la burla y la ironía. Habrá quien hable de estado de ánimo postmoderno, pero podemos evocar las ganas de divertirse propias del espíritu español. Si alguien siente la tentación de hablar otra vez de la normalización de España o de España como país normal, haría bien en tentarse la ropa. Si se quiere un país aburrido, lo mejor es buscarse la vida en otra parte.
La Razón, 24-10-17