Felipe VI. Unidad y confianza
La televisión pública de nuestro país trató el discurso del Rey como si fuera la intervención del monarca de un atolón del Pacífico. Muy respetable, pero como una noticia más: sin encuadrarlo con dignidad, sin himno nacional, una noticia un poco irrelevante que no quedaba más remedio que emitir. En el fondo, es una forma perversa de politizar la figura de Felipe VI y llamar al enfrentamiento. Será mejor dejar esto para ignominia (eterna) de los responsables, sean quienes sean.
Lo fundamental es la intervención del Rey en una circunstancia tan seria y tan grave como la que estamos viviendo. Una vez más, estuvo a la altura de su oficio y de su magistratura. Sin exageraciones ni patetismos, pero demostrando con su sola presencia que este no es un problema que le haya sobrevenido a él, sino que es el problema más duro al que se enfrenta la sociedad española. Quedó claro que Felipe VI, como Rey de todos, está sufriendo con su pueblo.
La mayor parte del discurso, de hecho, lo dedicó a hacer explícitas las muestras de afecto y de cariño y a agradecer a todos -aunque concentrándolo en el personal sanitario- el esfuerzo y el “sacrificio”, palabra nada irrelevante y que un monarca, o un jefe de Estado, debe usar en muy contadas ocasiones. De hecho, lo que el Rey expresó fue su admiración por su pueblo, su amor a España y a los españoles.
Es el momento de decir eso: cuando queda un camino penoso, y seguramente largo, para superar la crisis y vencer la enfermedad. Cuando una dificultad máxima pone a prueba a la sociedad entera, y más en particular aquello que la constituye como tal: lo que nos une a todos como españoles. Eso es lo que quedó reflejado ayer en el discurso, solemne y cercano a un tiempo, como sólo las monarquías que han llegado a fundirse con el alma de un país pueden llegar a expresar.
Los únicos mensajes políticos, de fondo eso sí, fueron dos. La confianza en la capacidad para superar la prueba, y superar por tanto la angustia y la ansiedad de tantos compatriotas ante el confinamiento, las dificultades económicas, la enfermedad, la muerte. El otro fue la unidad, que se perfila como el tema fundamental del discurso. No es una unidad abstracta, de orden político. Es una unidad vital, en la que la suerte de cada uno se juega en la de cada uno de los demás y todos estamos llamados a asumir responsabilidades que en circunstancias normales ni siquiera se nos pasarían por la cabeza. Todo está en las manos de todos.
No hubo llamamientos a la heroicidad. Tampoco demagogias, ni trivialidades. Sí hubo un llamamiento, y un agradecimiento explícito a todos (otra vez) los que demuestran con su esfuerzo que han tomado conciencia de que pertenecen a una comunidad viva. Es eso lo que esta crisis tiene que volver a poner en primer plano. Le tocaba al Rey, el símbolo de la persistencia de España, hacerlo explícito. La única condición para salir adelante es la colaboración de todos. El Rey, una vez más, llama a la unidad: es lo que los españoles quieren oír y ver en sus representantes. Basta con dar voz a este deseo, que ya se expresó hace menos de tres años, para que todos sepamos el papel que le cabe a la Corona. Resulta difícil imaginar mejor Rey que Felipe VI.
La Razón, 19-03-20