Hablar de España
Es posible que la oferta del Partido Popular a los demás partidos hubiera merecido una presentación más sofisticada, con más tiempo para una negociación previa. En cualquier caso, es una oferta oportuna y lo va a ser aún más de ahora en adelante.
Efectivamente, la oferta de diálogo entre las fuerzas políticas no nacionalistas saca las consecuencias del cambio que se ha producido en Cataluña en los últimos meses. Está el escándalo Pujol, que afecta al significado mismo del nacionalismo, pero también está el hundimiento del nacionalismo de centro, con Mas de protagonista, y la revelación del auténtico rostro del nacionalismo de izquierdas. Ya nadie desconoce –incluida la opinión de la Unión Europea- que la izquierda nacionalista es una fuerza populista, como el Frente Nacional francés o el UKIP en británico, que, unido a Podemos y sus colegas, se dispone a hundir la economía catalana, con consecuencias fáciles de imaginar para el resto de España y de la Unión.
El nacionalismo está por tanto en un momento de descrédito profundo. Eso abre posibilidades inéditas para todos los no nacionalistas, incluidos aquellos que se sientan próximos al catalanismo. No se trata, como ha querido interpretar el PSOE, de articular un frente contra el nacionalismo. Entre otras cosas, porque no se combate el nacionalismo de frente. El nacionalismo no es del orden de lo racional, sino de la fe. Por eso los argumentos contra él no consiguen nunca ponerlo en cuestión. Más bien lo nutren y lo refuerzan. El nacionalista no escucha nunca: se limita a corroborar una convicción previa. Siempre tiene razón, más aún cuando no la tiene… y lo sospecha. Vive en el mundo del mito, de lo que está más allá de lo comprobable empíricamente o de lo que está sujeto a la lógica ramplona en la que nos movemos los demás seres humanos. Lo suyo es el arte, la poesía.
En cambio, el nacionalismo resiste mal la afirmación de una identidad que no se basa en la exclusión, sino en la integración, en el diálogo, en la tolerancia y en la bienvenida a la diferencia. Eso, justamente, es lo que es y representa España. Y como el descrédito del nacionalismo también ha desacreditado el decrépito argumento sobre la maldad esencial de lo español, ha llegado la hora de empezar a hablar, no del nacionalismo, que sólo tiene interés para los nacionalistas, sino de España, de una nación que no se define por el nacionalismo, como los españoles no necesitamos ser nacionalistas para sabernos españoles.
La Razón, 09-09-14