Edificio España
Al ver las noticias de ayer, parece quedar claro que lo más importante de todo lo ocurrido en nuestro país en las últimas 48 horas es la constitución del Congreso, la elección de la mesa del Congreso y, muy por delante de estas dos cuestiones –que no suelen interesar más que a los adictos a la política- la exhibición propagandística de los nuevos diputados de Podemos.
Fuera del Congreso, sin embargo, ha sucedido algunas cosas igual de importantes. La más relevante de todas es el cierre de la oficina de Wanda en Madrid y el posible abandono del proyecto de reforma del edificio España por la indiferencia y las dificultades que le ha planteado el Ayuntamiento. El proyecto ya estaba lo suficientemente avanzado como para que empezara a visualizarse con cierta precisión lo que la inversión de 5.000 millones de euros, con la creación de unos 35.000 puestos de trabajo, iba significar para la capital. Era la prolongación hacia Princesa del eje comercial, turístico y de ocio de la Gran Vía, que se está quedando pequeño. También significaba la recuperación de un edificio emblemático, uno de los posibles iconos de una ciudad que hasta ahora ha carecido de ellos y que quedará otra vez desocupado, como signo de dejadez y desinterés por parte de la ciudad y de su gobierno. También significaba la consolidación de Madrid como destino turístico de élite, que era un paso más hacia la posible incorporación de Madrid al muy selecto club de lo que se llaman ciudades globales, aquellas con influencia en el mundo entero, aquellas con las que hay que contar a la hora de las inversiones y las decisiones estratégicas.
Que el Ayuntamiento de Podemos y sus socios del PSOE no hayan convertido este asunto en una prioridad absoluta y no hayan hecho todo lo que está en sus manos para hacer posible el proyecto dice mucho de la actitud de quienes aspiran a gobernar España en los próximos tiempos. Hay, como siempre cada vez que gobierna gente resentida, desconfiada de la libertad, un recelo hacia Madrid que se manifiesta en los obstáculos puestos a su desarrollo, y la voluntad de perjudicar a los madrileños, darles una lección acerca de quién manda. Y luego, más generalmente, hay una voluntad típica de los comunistas por cegar cualquier fuente de prosperidad. Se trata de crear sociedades dependientes del poder político. A esas sociedades los comunistas las llaman el pueblo.
La Razón, 15-01-16