Felipe VI. Liderazgo real
El liderazgo del rey Felipe VI no se mide sólo por el discurso del 3 de octubre de 2017. Allí el monarca recordó las reglas del juego que rigen la democracia española y fijó las responsabilidades de los representantes políticos, reticentes a asumirlas en un momento de extrema gravedad. Pero el liderazgo también se demuestra en la presencia diaria y constante, así como en la capacidad para plantear, como sólo el monarca puede hacerlo, el marco general en el que debe moverse la vida española.
Es lo que ha hecho el Rey en el discurso de Nochebuena, el quinto de un reinado que ha presenciado una aceleración de la historia a la que aludió el propio monarca nada más iniciada la intervención. Un nuevo reinado suele marcar una época nueva. El de Felipe VI no iba a ser distinto. Por eso el discurso arrancó con un repaso a lo sustancial de los muy profundos cambios a los que los españoles nos enfrentamos: la incertidumbre, la vulnerabilidad, la falta de empleo y las dificultades económicas. En términos más generales, el cambio climático, las desigualdades y la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, las migraciones, la nueva Unión Europea, las disrupciones provocadas por las nuevas tecnologías. También la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones y “desde luego, Cataluña”: una cuestión presente en todo el discurso, pero sin ulteriores explicitaciones.
El Rey no podía dejar de lado la formación del nuevo Gobierno. Se limitó a una alusión al “procedimiento constitucional” pertinente. Lo hizo con un matiz de gravedad, señalado por la insistencia con la que se refirió casi de inmediato a una cuestión algo más que formal: “de acuerdo con nuestra Constitución”. No cabe mejor demostración de lo consciente que es el Rey de la seriedad del momento que estamos viviendo. Ni cabe mayor riesgo, dentro de las posibilidades de su acción, al insistir en lo quedó en evidencia con la primera intervención pública de la Princesa de Asturias, cuando leyó el Título I. Felipe VI liga el destino de la institución, y el suyo propio, a la Constitución. Sería de desear que todos los agentes políticos tomaran nota de la sugerencia, de un calado histórico y político no menor.
La evocación de la Orden del Mérito Civil concedido a 41 “ciudadanos” “de toda España”, y de toda clase y condición, permitió abrir una reflexión sobre el presente nuestro país. En este punto, el Rey relacionó una y otra vez este presente con las actitudes y las virtudes cívicas (un concepto este, el de civismo y ciudadanía, muy presente en todo el discurso) que han presidido la vida colectiva de los españoles en los últimos cuarenta años. No venimos de la nada, ni los tiempos previos a este se merecen nuestro repudio. Al contrario, es la lealtad a la democracia de los españoles protagonistas de estos cuarenta años lo que sustenta una sociedad madura y capaz de enfrentarse a grandes cambios, un Estado social y democrático generoso y a la altura de los tiempos, así como una Nación con proyección internacional. De la sociedad a la Nación, pasando por el Estado social y de derecho… Nueva alusión transparente.
Tras esta afirmación de confianza, llegaron algunas reflexiones para el futuro inmediato y el más lejano. “Concordia”, “voluntad de entendimiento e integración” de la diversidad, “impulso de la solidaridad, la igualdad y la libertad”. Son los ejes políticos que el Rey señala para un país que no puede ensimismarse ante los cambios y los desafíos que vienen. (Algo que en la actualidad sólo está haciendo la clase política, se podría añadir.) También en este punto el llamamiento resulta inequívoco, subrayado por un final compuesto de frases muy cortas, en contraste con el resto del discurso: “Pensemos en grande. Avancemos con ambición. Todos juntos.” Generosidad, ambición, unidad y pluralismo. Así es como el Rey piensa que hemos de afrontar el futuro.
La Razón, 25-12-19