El Rey se adelanta al futuro
Este año el Rey no ha se ha detenido en la crisis económica ni en los problemas que plantea el nacionalismo. Este año el Rey se ha centrado en el futuro. Y como empieza a ser habitual en Felipe VI, ha tomado la iniciativa y se adelanta al resto de las elites gobernantes españolas. El futuro, en este nuevo discurso de Nochebuena, tiene un nombre y se llama juventud, los jóvenes españoles.
Quizás uno de los motivos del gesto esté en el nuevo papel de la Princesa de Asturias. La infanta Leonor ha dejado de ser una niña y se enfrenta, aunque sea de un modo muy particular, a muchos de los problemas que se les plantean a los demás jóvenes españoles. Uno de ellos va a ser la forma en la que los jóvenes van a gestionar la convivencia y las bases políticas de esta, que son las instituciones de la democracia liberal, entre ellas la Corona.
Durante cuarenta años, la democracia española ha dejado a la Monarquía sin un apoyo ideológico ni cultural. No se ha explicado la Monarquía en las escuelas ni en los institutos, y apenas se la ha estudiado, salvo honrosas excepciones, en la Universidad. Tampoco se ha hecho el esfuerzo de articular el argumento histórico que sostiene la razón de ser de la Monarquía. (Y resulta significativo que se haya optado por la misma posición abstencionista en el caso de la nación española.)
El resultado es que los jóvenes españoles no valoran la Monarquía, ni su papel histórico y político. Lo demuestran las encuestas, que apuntan, también aquí, a una división importante entre los jóvenes menores de 35 años y el resto de los españoles. Y lo indican gestos como aquellos a los que venimos asistiendo en los campus universitarios, allí donde la Corona se somete a referéndum bajo el impulso de partidos políticos que ven en la institución el principal obstáculo a su proyecto. El abuso del referéndum es significativo de por sí. En todo el mundo, también en nuestro país, los jóvenes demuestran un apego cada vez menor a la democracia representativa y tienden a decantarse por modelos de democracia directa, incompatibles con nuestro régimen y con la salvaguardia de las libertades.
Así que el Rey ha optado por dirigirse a los jóvenes y recordar, como habrá recordado tantas veces a la Infanta, cuál es la situación actual y cuál es el papel que la Corona tiene en ella.
Está en primer lugar la Transición, es decir los cimientos de nuestra convivencia (palabra repetida en varias ocasiones a lo largo del discurso), que el Rey volvió a reivindicar para dejar claro el papel que la Corona jugó en ella. Vino luego un sucinto análisis de la situación de los jóvenes españoles, más positiva que nunca en muchos aspectos, pero difícil en otros. Ahí está otro de los motivos de la desafección de los jóvenes hacia algunas instituciones democráticas. Y llegó al fin la seguridad, expresada por el Rey con toda seriedad, de que la Corona se siente responsable (otra palabra repetida) del futuro de esos mismos jóvenes. Este va a depender muy directamente de que se salvaguarde el orden democrático y para ello será necesario que se defienda, se cuide y se proteja “con convicción” la convivencia.
Felipe VI no se ha limitado a defender la Constitución en abstracto. Ha insertado esta defensa en una problemática concreta, que es la de aquellos que son el futuro del país. Y así como ha hecho explícita su propia responsabilidad como titular de la Corona y representante de la nación, también ha invitado a los jóvenes a sumarse a la tarea de continuar el pasado reciente y prolongarlo, y mejorarlo, en la España que ellos mismos encarnan.
La clave aparece en los últimos párrafos, cuando el Rey habla de confianza en la obra hecha, en nosotros mismos y en el futuro, para responder a los retos del siglo XXI y alcanzar los “consensos cívicos y sociales” imprescindibles. Los españoles, dijo al final, “lo merecemos”. Tiene razón. Los españoles, que han sostenido la idea de la nación española sin el apoyo de sus elites en estos cuarenta años de democracia liberal, se merecen que desde la más alta magistratura del Estado se les hable de la realidad política que es la suya.
La Razón, 25-12-18