La Corona. Continuidad y renovación
No son buenas las noticias que en estos días afectan a la Casa Real. No lo es la renuncia del Rey Felipe VI a cualquier herencia de su padre, ni aquella por la que el Rey, también en nombre de la Princesa de Asturias, rechaza cualquier beneficio procedente de una fundación relacionada al parecer con una supuesta donación o regalo de Arabia Saudí. El comunicado de la Casa Real es contundente y sobrio. Eso no impide que la justificación de la nueva posición, basada en las palabras del propio Don Felipe VI en su discurso de proclamación, signifique algo más que una distancia prudencial entre la conducta del Rey emérito y el Rey Felipe VI. Por eso mismo todo el asunto resulta tan desalentador. En particular en un momento en el que más que nunca los españoles necesitan instituciones fiables y líderes capaces de infundir confianza en una opinión pública golpeada por la crisis sanitaria y por la económica que se nos viene encima.
En cualquier caso, y aun pudiendo cada uno figurarse lo doloroso de un asunto que llega hasta la liquidación de la asignación a cargo de la Casa Real, el gesto aleja a la Corona, a Don Felipe y a la Princesa de Asturias, de cualquier sospecha de connivencia con unos hechos que empañan el significado de la institución y su capacidad de acción.
Se impone la transparencia casi total. Es un signo más de los tiempos, pero la Corona, que se basa en la continuidad, no está bien preparada para hacerles frente, ni siquiera cuando se aduce, como se puede aducir, que las informaciones que han suscitado el comunicado de la Casa Real atañen a un mundo en el que las normas que regían la vida pública eran muy distintas a las de hoy en día. Después del corte establecido con la gran depresión, son historia en el sentido más estricto. Hoy el Rey y la institución se mueven según parámetros, exigencias y valores diferentes. Fue justamente este mundo el inaugurado con el reinado de Felipe VI y por eso, a pesar de todo, valía la pena recordar el discurso de proclamación. La continuidad de la Corona, que en nuestro caso significa la pervivencia del país, requiere estos cortes simbólicos. Don Juan Carlos también lo sabrá. Reinar es siempre difícil. Sobrevivir al propio reinado lo es aún más, al parecer.
La Razón, 17-03-20