La Corona en la crisis
De la conmoción de esos meses salen reforzados algunos elementos de la vida pública: la familia, las empresas, la Iglesia o la Sanidad, esta última de una forma específica, de la que habrá que ocuparse, porque también ha mostrado fallos superados a fuerza de trabajo y sacrificio personal. Entre los tópicos del lenguaje progresista está el afirmar con rotundidad que el Estado ha salido reforzado. No está tan claro. La gestión trágica a cargo del Gobierno central y los fallos de las Comunidades Autónomas han mermado la confianza de la opinión.
Queda la Corona. Con el fin del estado de alarma, ha vuelto a primer plano gracias a la visita de los Reyes a las Comunidades Autónomas. Hay que recordar, sin embargo, que la Corona nunca ha dejado de estar presente en la sociedad española. Durante los peores momentos de la crisis, en marzo y abril, los Reyes llevaron a cabo un programa sistemático de audiencias, comunicaciones a distancia y, en cuanto la ocasión lo hizo posible, presenciales, con los principales sectores sociales. Tanto con aquellos que han demostrado su capacidad de liderazgo como con aquellos otros que sufrían o estaban siendo sometidos a una exigencia y a una presión extremas, los hospitales, los centros de salud y los servicios esenciales. Ha sido una labor diaria, constante, tranquila, sin apenas publicidad. Nos ha enseñado una forma discreta y serena de patriotismo que a veces es la mejor expresión del amor al propio país.
No es que los Reyes tengan que demostrar nada. Pero está bien que señalen con el ejemplo una manera de relacionarnos con los demás y con la sociedad en la que vivimos, un estilo que se esfuerza por comprenderlos, compartir sus problemas –que son los nuestros- y hacerles entender que ni su sufrimiento ni su trabajo van a ser en balde. Si la Corona ha salido dignificada, es porque ha cumplido su razón de ser: hacer visible el lugar que en la vida de todos, sin distinciones de ninguna clase, tiene ese bien superior que llamamos país, o nación. No es algo que de lo que podamos prescindir, como quien se quita una prenda de vestir. Forma parte de nuestra vida misma y está personificado en una institución por encima de los intereses partidistas, en los que no interviene y a los que da el mismo ejemplo que a todos los españoles.
La Razón, 29-06-20