Identidades nacionales
La manifestación de ayer de la Diada muestra que la cuestión de la República catalana pertenece a las realidades políticas de nuestro país. Desde la perspectiva del nacionalismo catalán, hace tiempo que no se habla de Estado español. Se habla de España, porque España ha pasado a ser una entidad ajena a Cataluña, que a su vez aspira a tener una naturaleza política específica, la República catalana. Los padres de esta situación son muchos, desde el nacionalismo catalán hasta las elites españolas que han optado por hacer como que la cuestión nacional no era relevante o forma parte de un pasado que más valía olvidar.
Hoy en día la argumentación utilizada para intentar contrarrestar a los nacionalistas catalanes se centra en las cuestiones de orden práctico. Hace ya algún tiempo que cobraron relevancia las de orden jurídico. Las dos son fundamentales, claro está, y sería de desear que no hubiera que ir más allá. Los intereses son negociables, por lo menos en principio, y las cuestiones jurídicas se resuelven en los tribunales y en el Parlamento. Hay un detalle, sin embargo. Y es que ninguno de los dos es posible si no existe un consenso que establezca el marco común en el que se pueden debatir los primeros, así como la legitimidad de las decisiones del ámbito jurídico. Se quiera o no, es a eso a lo que se ha llegado en Cataluña. Se ha desplomado el consenso básico para la vida en común, con lo que se ha desgarrado la sociedad catalana. Y como Cataluña forma parte de España y España es a su vez Cataluña, también se está desgarrando la sociedad española. El “procès” no va a ser doloroso sólo para Cataluña.
A diferencia de la nación nacionalista, la nación española no necesita ser inventada y promocionada por un nacionalismo español, simétrico y adversario del primero. Los españoles no tenemos que debatir quién es español, ni lo que es España o lo que España tiene que amputarse para ser verdaderamente española. En apariencia, esto es una debilidad. En realidad, es una ventaja y una fortaleza. Claro que hay que conocer esta realidad, hacer el esfuerzo intelectual y político de desprenderse de fantasmas que datan de hace más de un siglo, cuando se inventó el nacionalismo moderno, y fijar a partir de ahí grandes consensos nacionales que, sin segregar a nadie, fijen con claridad el marco en el que el diálogo y la transacción son posibles.
La Razón, 12-09-15