La nación nacionalista. La Cataluña del nacionalismo
Cuarenta años o, mejor dicho, medio siglo de construcción de la nación catalana culminaron el sábado en la manifestación de Barcelona. Lo que debía haber sido una expresión de dolor, de solidaridad con las víctimas y de confianza quedó transformado en una exhibición de insultos hacia las autoridades y hacia los que no piensan como los organizadores. Todo acompañado del olvido de las víctimas y un inequívoco tufillo, sino de apología del terrorismo, sí de apología y de práctica de la violencia. Esa es la nación catalana que los nacionalistas quieren construir, y eso es lo que han construido hasta ahora. Lo que se vio, porque eso es lo que se quiso poner en escena, es la Cataluña de los nacionalistas.
Quedó demostrada la incapacidad de la minoría nacionalista para liderar una sociedad plural: el contraste entre la cabecera de la manifestación -un grupo de antisistemas instalados en los aparatos del Estado- y casi todo el resto de la manifestación resultó flagrante. Quedó también de relieve, una vez más, el aislamiento internacional del nacionalismo. Se explica, antes que nada, por lo que también quedó claro el sábado: la vocación de marginalidad y el designio destructivo del nacionalismo, que nunca puede desprenderse de lo que es su objetivo primero: la demolición de las sociedades abiertas, civilizadas y tolerantes. Que eso se haga en nombre del “multiculturalismo” es una de las muchas ironías –siniestras- de este asunto.
Por motivos históricos ya caducados, en nuestro país había que hacer el experimento del nacionalismo, equiparado, cuando el resto de Europa estaba de vuelta de sus efectos letales, a una propuesta de futuro. Ya está hecho. De no estar el PSOE fascinado por el nacionalismo, posición que a su vez es una consecuencia de ese nacionalismo español que también rezuma en el populismo podemita, se podría dar por acabado este asunto. No es así, por desgracia, y los dos nacionalismos, el español y el catalán, van a seguir intentando destruir la Monarquía constitucional, que es la forma política –la única posible hoy en día- de la nación española. Después del 1-O, tal vez habrá llegado el momento de que alguna de las otras fuerzas políticas nacionales se decida a articular una posición y un discurso que ampare la dignidad de las victimas del nacionalismo.
La Razón, 28-08-17