La Tercera España. Otra vez
La sentencia del Tribunal Supremo sobre el levantamiento independentista ha dividido a la opinión pública –fuera de los círculos nacionalistas, se entiende- en dos campos. Aquellos que la encuentran correcta y ajustada a derecho. Y aquellos que piensan que no hace justicia a la gravedad de los hechos ocurridos en Cataluña en 2017. Las dos opiniones son respetables, como lo es la de aquellos otros que la consideran innecesariamente dura. Dado que estos están situados, en general, en el independentismo y en el nacionalismo, es fácil establecer una simetría entre estos nacionalistas catalanes, y otros, supuestos nacionalistas españoles decepcionados ante la sentencia y partidarios de una línea dura ante el levantamiento independentista. En medio, o en el centro, se alza la nueva Tercera España, alejada de cualquier maximalismo y partidaria de la moderación y el diálogo.
Habrá que recordar que la violencia en Cataluña no se desató, la semana pasada, en respuesta a la más dura de las sentencias, sino por aquella sentencia –“moderada”, por así decirlo- que respaldan los componentes de la nueva Tercera España. (Como le ocurre al autor de estas líneas, que no tiene el gusto de pertenecer ni a la Primera, ni a la Segunda, ni a la Tercera España).
Conviene además recordar que el diálogo con el nacionalismo nunca se ha detenido durante décadas. Ha continuado después de que los nacionalistas, con Artur Mas a la cabeza, lanzaran el “procès” independentista, durante los mandatos de Rajoy, e incluso ahora, con el tratamiento antiinflamatorio practicado por Sánchez y su equipo. Ni un solo instante se ha dejado de tender la mano al nacionalismo, como un rito mágico destinado a conjurar la tormenta. Como era de esperar, la magia no ha impedido el experimento de nacionalización de Cataluña, hecho en contra de la democracia española, ni el “procès”, ni el levantamiento de 2017, ni la violencia de la semana pasada.
Por si fuera poco, nuestra nueva Tercera España olvida el único diálogo que nunca se ha dado en nuestro país, al menos desde la Transición. Evidentemente, será necesario sentarse a hablar con los nacionalistas en cuanto estén dispuestos a dialogar. Mientras tanto, el resto de los españoles podíamos ensayar el diálogo, dentro del constitucionalismo, para sentar un acuerdo de fondo acerca de lo que queremos para España… y para Cataluña. Mientras tanto, los nacionalistas y los independentistas seguirán llevando la iniciativa. Y habrá quien siga preconizando los ritos mágicos, que no es el diálogo sino el monólogo perpetuo.
La Razón, 28-10-19
Foto: Manuel Marchena, Presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo