Procés agonizante
Los mensajes de un Puigdemont deprimido (el “exili” es más duro de lo que parecía) y las caretas del mismo personaje intentado asaltar el “Parlament”, dan la medida de hasta qué punto el “procés” ha entrado en una fase agónica. No es el final, ni el expresidente está acabado políticamente, pero hemos entrado en un momento de debilidad considerable, con el líder bloqueado fuera del país y la plana mayor del nacionalismo inhabilitada por sediciosa y corrupta.
Ya lo sabíamos: todo lo que tiene que ver con el nacionalismo –el nacionalismo catalán en este caso- está destinado a convertirse en un esperpento, después de haber destruido buena parte de lo que hace atractiva, rica y vivaz a una sociedad. También han salido escaldados, aunque empeñados en aprender lo menos posible, aquellos que, como el PSC y luego Podemos, han creído poder domesticar al nacionalismo.
Por eso se entiende una posición como la que parece haber adoptado el gobierno, a la espera de que las decisiones judiciales provoquen un relevo que deje atrás de una vez estos años y devuelva a los nacionalistas, ya que no a la cordura, sí al respeto de la Constitución y la legalidad. Lo cual, en vista de lo ocurrido, se antoja un paso de gigante.
Otra posibilidad consistiría en aprovechar la debilidad del nacionalismo derrotado en su voluntad independentista para articular una posición nacional, constitucional y democrática. Ciudadanos desperdició la oportunidad de hacerlo después de las elecciones, cuando tuvo la ocasión de encabezar una alternativa al nacionalismo que ahora, en esta acelerada agonía, tendría un valor renovado. Y el Partido Popular, exhausto en Cataluña, no parece dispuesto a tomar la iniciativa aunque siga siendo titular del gobierno central.
Es cierto que avanzar imprudentemente en esta línea podría dar nuevas energías a lo que hoy está moribundo. Al no hacer nada, sin embargo, se corre el riesgo de resucitar esa idea, indiscutida hasta hace poco tiempo, de que Cataluña es competencia exclusiva de los nacionalistas. Eso equivaldría a abandonar de nuevo a los catalanes no nacionalistas, tan catalanes como aquellos. En tal caso, será cuestión de dotar a Tabarnia de entidad intelectual y política. Si los padres de la Constitución no cerraron el modelo autonómico, por algo sería.
La Razón, 02-02-18
Ilustración: Franz Kafka