Sánchez en la trampa secesionista
La reducción de la violencia en Cataluña, que no su desaparición, vino compensada ayer por una declaración incendiaria, podríamos decir, de los grupos separatistas del Parlamento de Cataluña. Ante el peligro de que la violencia en la calle acabe con las esperanzas de Pedro Sánchez, los separatistas han ordenado a sus muchachos que aflojen la tensión. Ahora bien, como les interesa que Sánchez esté lo más debilitado posible, doblan la apuesta en el Parlamento. La brutalidad de la semana pasada fue terrible. Aún más ominosa es esta demostración de descaro y de control del “relato”. En la declaración, los secesionistas se ríen del Presidente del Gobierno y le recuerdan, punto tras punto, hasta quince, y durante cuatro páginas, su determinación de no respetar la sentencia y su decisión de seguir reivindicando el derecho de autodeterminación de Cataluña. Sean cuales sean las decisiones de un Tribunal Constitucional al que han dejado de respetar.
Estamos por tanto ante la segunda fase de un nuevo levantamiento, que los separatistas irán graduando hasta el 10 de noviembre. El Gobierno de Pedro Sánchez, que convocó elecciones sabiendo que el Supremo emitiría la sentencia durante la (pre)campaña electoral, y pensaba poder manejar la situación y situar en un compromiso a las demás fuerzas políticas nacionales, se va a tener que enfrentar solo a la situación. Le va a hacer falta mucha “moderación”, sin duda…
El espectáculo al que asistimos tiene algo de merecido. No hay más que ver la respuesta de Junqueras a la idea del indulto, y contrastarla con los esfuerzos de Sánchez y su Gobierno para seguir hablando con Pere Aragonés, el conmilitón del primero. Los amantes de los escenarios sórdidos andarán relamiéndose ante las maniobras de Iceta y del PSC a la búsqueda de un nuevo tripartito a la catalana. Y caeremos aún más bajo cuando el PSOE, la noche del 10 de noviembre, proclame una victoria que deberá a los independentistas.
La otra vertiente es la tristeza que todo esto produce. Si el PSOE ha sido capaz de llegar hasta aquí, no hay razón alguna para suponer que no siga cavando el mismo hoyo. La izquierda española no aprende nunca. Es la hora de que todos los que sean ajenos a esas obsesiones empiecen a ensayar, para después de las elecciones, algún modo de posición común ante el nacionalismo.
La Razón, 23-10-19