Sentido de Cataluña
En su comparecencia en La Razón, José Luis Bonet, presidente de las Cámaras de Comercio, presidente de Freixenet y durante treinta años profesor universitario, recordó una realidad. Y es que Cataluña tiene la vocación de liderar la economía española. Ha sido la locomotora, la vanguardia del país. Es posible entretenerse analizando qué papel ha tenido el nacionalismo en esta historia. Los resultados, probablemente, no serían demasiado buenos para el nacionalismo, empezando por la Semana Trágica, que los padres fundadores del nacionalismo consideraban un fracaso de su proyecto, pasando por los años treinta… hasta hoy.
En estos días, el nacionalismo ha alcanzado un paroxismo al que no llegaba desde tiempos de la Segunda República. Y el momento coincide con otros dos hechos. Uno: que el nacionalismo, articulado en un frente común de izquierdas y derechas (la superación de las posiciones políticas tradicionales produce siempre resultados extraordinarios…), necesita del apoyo de la batasuna catalana para llegar al poder. Sin ella, va a tener que convocar nuevas elecciones, que serían las cuartas en seis años. El otro: es un hecho demostrado que el principal partido nacionalista catalán estaba formado por una trama corrupta que beneficiaba al núcleo mismo del poder.
En otras palabras, el nacionalismo en Cataluña ha sido indisociable de la corrupción, y debe ser entendido en función de esta, porque la corrupción ha sido una de las fuentes de financiación de las organizaciones políticas nacionalistas. Y, por si esto fuera poco, este movimiento que lleva “nacionalizando” Cataluña –la expresión cobra ahora significados inéditos- depende del apoyo de una extrema izquierda antisistema, ajena a cualquier cultura de la libertad y la prosperidad.
En otros momentos de la historia de nuestro país ha podido haber problemas entre el nacionalismo y el dinamismo propio de la sociedad catalana. Hoy hemos superado esa etapa. Estamos en pleno conflicto. Es imposible seguir siendo la región dinámica que Cataluña ha querido ser siempre con un liderazgo político corrupto e inestable a la vez, ajeno a la seguridad jurídica, a la noción misma de realidad. Aún más lo es cualquier ambición de seguir siendo vanguardia del resto de España. Más allá de cualquier desastre futurible, los catalanes habrán de reflexionar acerca de lo que quieren ser hoy. O bien una región excepcional, pintoresca y disfuncional, dependiente del resto de los españoles y cada vez menos querida. O bien si están dispuestos a volver a lo que Cataluña, como decía José Luis Bonet, debería ser.
La Razón, 23-10-15