11-M. El recuerdo insoportable
El recuerdo del 11-M es doblemente doloroso. Por las víctimas: los asesinados, los heridos y las familias y los amigos de quienes iban en los trenes madrileños aquella mañana. Y también, y de una forma no menos lacerante, por la tensión de los días siguientes, hasta la noche de las elecciones generales.
Lo primero resulta casi intolerable, como una herida que nunca se cerrara. Lo segundo nos sumerge en un estado de ánimo hecho de perplejidad y de angustia al devolvernos a cuatro días –parecen un siglo- en los que el sufrimiento, en vez de calmar los ánimos revueltos por las pasiones políticas, los irritó aún más, hasta hacer imposible cualquier terreno común entre quienes teníamos que habernos unido ante la violencia.
Hay elementos que contribuyen a explicar lo ocurrido: la falta de conciencia que la sociedad española tenía del terrorismo yihadista por aquel entonces, el desgarramiento que provocó la Guerra de Irak, la seguridad de que la atribución de responsabilidades determinaría la suerte del país. Nada de todo eso basta, en cualquier caso. Es imposible dejar de pensar que fue posible un comportamiento distinto, que no se hubiera dejado llevar por la exasperación y el miedo, y que hubiera hablado de confianza, de compasión y de racionalidad. De patriotismo, en una palabra.
La Razón, 12-03-17