Sentido de una derrota
Estaba cantado que en las elecciones catalanas ganaría quien presentara una posición más nítida, definida esta vez por la claridad frente a lo que se percibía como amenaza. Así es como ha salido victoriosa la lista de Puigdemont, frente al “Estado español opresor” y, sobre todo, la de Ciudadanos, en contra de la República Catalana. Las posiciones más complejas, ya sea la de ERC o la del PSC, quedaron desvaídas.
Mención aparte merecen los resultados del Partido Popular. Ninguna posición más complicada, más necesitada de matizaciones, que la suya. Responsable y promotor del 155, no podía sin embargo reivindicarlo al haber supeditado su aplicación –en una gran estrategia de Estado- al consenso con otros dos partidos nacionales. La posición se emborronaba aún más porque como gestor de la Generalidad, el Gobierno central tenía las manos atadas por el pacto con el PSOE y con C’s. También tenía que mantener un equilibrio inestable en una situación en la que cualquier gesto podía reforzar, como ha ocurrido, el voto independentista.
Mariano Rajoy tuvo incluso la gallardía de asumir personalmente el coste de lo que iba a ser una derrota seria, al comprometerse en la campaña con una intensidad poco frecuente. Después de casi cuarenta años de cesiones y de abandono de Cataluña a los nacionalistas, poco más se podía hacer. Efectivamente, tantas décadas de hegemonía nacionalista consentida requieren algo más que unas elecciones.
Ha surgido, sin embargo, una situación nueva, que actualiza lo que quedó patente con las elecciones de 2015. Allí se puso punto final a un ciclo político en el que los nacionalistas sirvieron de bisagra a dos partidos nacionales incapaces de ponerse de acuerdo sobre el significado del término nación y sustentar en este acuerdos de Estado –hoy los llaman transversales- acerca de algunas cuestiones básicas. Por eso el éxito de Ciudadanos significa también la presencia arrolladora de esta nueva idea política, la de una España emancipada de complejos atávicos y de la servidumbre ante los nacionalismos, sin por ello negarlos ni rechazar el diálogo con ellos. Es la España a la que apeló el Rey en su gran mensaje navideño, continuación lógica del discurso de octubre. Resulta difícil librarse de resabios, rutinas y querencias en los que se lleva instalado tanto tiempo. A veces es necesario hacerlo para salir adelante.
La Razón, 29-12-17