Azaña. La pulsión homosexual y el amor entre hombres. Por Darío Prieto
Sobre J. M. Marco, Azaña. El mito sin máscaras. Encuentro, 2021.
El más guapo compañero de Bruno le confesaba una afición pegajosa y propósitos obscenos sobre su persona, que dichos en tono de chanza, delante de amigos, podían tomarse a broma pesada. Una tarde, solos Bruno y el amigo en la huerta, crecieron tan sofocantes las demostraciones, la risa que las acompañaba se heló tan de pronto en la faz ardorosa del mozo, que Bruno, súbitamente se desnudó y plantándosele delante le dijo en son de reto: ‘¿Qué quieres de mí? ¡Aquí me tienes! ¡Atrévete!’ El amigo huyó. Bruno se bañó en el estanque». En 1930 Manuel Azaña (1880-1940) escribió una novela, Fresdeval, que no llegó a ver publicada y que incluía esta escena, con claras resonancias de la juventud de quien estaba llamado a ser el gran líder de la Segunda República.
La posible homosexualidad de Azaña fue, según el ensayista José María Marco, un asunto que apareció recurrentemente para intentar desacreditarle en su carrera política. Sin embargo, más allá del chisme, pocos se aventuraron a investigar el asunto en los testimonios escritos del propio Azaña, que van más allá de sus famosos diarios. Marco lo ha hecho en Azaña. El mito sin máscaras, que acaba de editar Encuentro y donde se aproxima a aspectos no tan habituales en la bibliografía sobre el estadista alcalaíno.
Para Marco, más allá de la etiqueta, lo que deja entrever Azaña en sus textos forma parte de la tónica de la época. «El final del siglo XIX y el principios del XX es un momento de crisis muy profunda con todo», explica a LOC. «Y esa crisis conlleva una especie de cuestionamiento general de todos los valores y de todas las tendencias estéticas heredadas. También de la ciencia, de la nación… Es una puesta en crisis general. Y una de las cosas que hacen muchos escritores es un viaje interior, hacia el yo, de exploración de la autenticidad, de dónde estoy y qué es lo que soy realmente. Y ese tipo de literatura autobiográfica, confesional, de diarios y dietarios se cultivó muchísimo».
Azaña fue, abunda Marco, «un hombre que desde muy joven, desde los 23 años, siguió ese camino. Quería ser artista, escritor, y empezó una investigación sobre su propia primera persona, algo muy característico de ese momento». Es ahí «donde la homosexualidad o el amor entre hombres empieza a aparecer como una realidad que algunos no pueden esquivar». Unos lo sacan a la luz y otros no, apunta Marco. «Yo creo que no se puede hablar con claridad de que Azaña tuviera una atracción por los hombres. Pero el caso es que el tema está ahí».
El que fuera presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República, amén de titular de varias carteras y último presidente de la República a la derrota de ésta en la Guerra Civil, «frecuentó mucho los círculos teatrales de los años 20 con su cuñado Cipriano Rivas Cherif, que tenía muy buenos contactos y estuvo muy relacionado con García Lorca», recuerda Marco. «Son unos años en los que hay una cierta efervescencia de presencia pública de la homosexualidad en ámbitos literarios y teatrales, con personajes como el propio Lorca o Jacinto Benavente. Años, también, en los que se traduce el Corydon de Gide», relata el ensayista.
Por ese motivo, «aparecen habladurías sobre su relación con Rivas Cherif, que luego se utilizan durante la República, sobre todo cuando se producen sus reformas militares, y que suscitan una crítica muy dura. Pero los textos de Azaña sobre los que trata los temas homosexuales son textos que quedaron sin ver la luz, excepto uno, que se publicó durante la guerra».
En su libro, Marco analiza no sólo Fresdeval, sino también algunos de sus apuntes sobre personajes masculinos para piezas narrativas. «Creo que a los historiadores españoles les falta imaginación», lamenta. «No se meten en terrenos que creen que los desbordan. Así que no se meten en la literatura, salvo alguno, como Jesús Ferrer-Solá, autor de Manuel Azaña: Una pasión intelectual. Pero la gente de literatura tampoco: considera que Azaña era más político que literato. Así que se queda un poco entre dos aguas».
Esa indefinición encaja con la propia naturaleza de Azaña, hombre continuamente atormentado por diversas razones a lo largo de su vida. En cualquier caso, su orientación sexual no debería ser motivo, ni entonces ni ahora, para valoraciones de ningún tipo. «Yo no le reprocho absolutamente nada. Al contrario, me interesa muchísimo que fuera capaz de suscitar el tema y de encontrar algo ahí.
El Mundo, 04-11-21
Ilustración: Manuel Azaña, niño.