Homófobos en libertad
El término “homofobia” quiere decir “odio o aversión a los homosexuales”. Tendrá su origen en una “torpe construcción etimológica”, como dice Pío Moa en el post que ha colgado en su blog en estas mismas páginas de Libertad Digital con el título “Soy homófobo, naturalmente”, pero con independencia de los criterios estéticos del autor, sin duda demasiado refinados para mi natural zafiedad, ese es su significado, como el significado de la expresión “judeofobia” es “aversión u odio a los judíos.”
Moa añade que tiene “amigos o conocidos que lo son (homosexuales, se entiende) y “no se me ocurre juzgarlos a partir de su desgracia –pues sin duda lo es-“. Como se ve, Pío Moa tiende a deslizarse por la pendiente de las verdades como puños, sin esforzarse por articular la más mínima justificación ni el menor razonamiento. Ser “naturalmente” homófobo, ¿quiere decir querer volver a un tiempo, bastante reciente, en el que las tendencias sexuales de una persona la condenaban casi siempre a la clandestinidad, a la marginación y al sufrimiento? Eso de que tiene amigos o conocidos (homosexuales) ¿quiere decir que Moa obvia en su relación con ellos cualquier referencia a esta parte fundamental, afectiva y amorosa, de la vida de esos mismos amigos suyos? Es cierto que la amistad no abarca necesariamente todas las facetas de quienes consideramos amigos nuestros, pero ¿qué amigos serán esos a los que Moa considera unos desgraciados?
Por otro lado, ¿por qué ser homosexual es “sin duda” una desgracia? La homosexualidad podrá ser o no una “desgracia” según las circunstancias de la vida de la persona homosexual. En cambio, lo que es una desgracia auténtica, sin paliativo alguno, es ejercer la discriminación. Más aún que una desgracia, la discriminación es una tara -muchos diríamos un pecado- para quien la ejerce. Condena moralmente, y sin remisión alguna, hasta que no se produzca un acto de arrepentimiento y compasión, a quien niega a alguien su condición de individuo por una condición general, en este caso una condición sexual de la que no es responsable.
Todo eso son opiniones, se apresura a añadir Moa, aunque esa aseveración no exime a nadie de justificar las afirmaciones que hace, sobre todo si algunas de ellas son tan graves como las que vierte en su texto. El refugiarse en el término “opinión” tampoco cubre con un manto de indulgencia cualquier afirmación: a todos nosotros se nos ocurren a cada instante “opiniones” que nos abstenemos de expresar por razones de convivencia y respeto a los demás y, sobre eso, y casi más importante, censurables por razones de pura dignidad y ética personal.
En el último párrafo de su exposición, Moa precisa que, según “su opinión”, “homófobo” sólo designa “a quienes odian las maquinaciones de esas mafias” (homosexuales, se entiende). Pero eso no es así, y Moa debería saber que esas “mafias” no representan a todos los homosexuales, ni siquiera a una parte mayoritaria de la población homosexual. La presencia política y mediática de esas “mafias” o “lobbies” se debe a su militancia, claro está, pero también a la inopia o la nulidad de quienes se proclaman defensores de una sociedad tolerante y liberal sin creer en ella, siguen refiriéndose a la homosexualidad con expresiones humillantes y, en realidad, parecen echar de menos los muchos años de discriminación y represión que se han ejercido sobre personas que podrían haber vivido vidas más libres y más felices, además de haber contribuido al bienestar de todos, incluidos los muy agraciados y dichosos heterosexuales.
Un último apunte: ¿Acaso cree el “homófobo” Pío Moa -como, en otro orden de cosas, se permite decir al final de su texto- que el término “machista” no responde a una realidad social y que hoy en día las mujeres tienen las mismas oportunidades que los hombres? La ceguera ideológica no debería llegar a tanto.
Libertad Digital, 10-07-10